CUENTO: Signus IX, por Diego Fernando Prado Riestra

Diario del oficial médico en jefe,
Fecha estelar 45432.1.
Colonia minera Signus-Gamma, planeta Signus IX

El maestro del grupo de adolescentes acababa de entrar con una joven que lloraba histérica; se llamaba Din-Mae, tenía un brazo roto y varios moretones en la cara y espalda. Detrás de ellos tres guardias de seguridad traían a Log-Nei, compañero de curso, que les gritaba insultos y atrocidades; a pesar de los esfuerzos de los guardias cada tanto el joven se zafaba y alguno de ellos salía despedido violentamente a través de la habitación. Mientras la enfermera aplicaba el regenerador óseo en Din-Mae logramos confinarlo a una camilla donde lo envolvimos con un campo de fuerza, inmovilizándolo.

—¡Suéltenos, carnicero! ¡Aunque este maricón esté muy interesado en chupársela es demasiado para su vieja verga!

Mientras continuaban los insultos me acerqué al docente. Un par de días antes Log-Nei había empezado a mostrarse huraño, incluso agresivo; él había tratado de calmarlo, pensando que sería un problema de adolescentes y que pronto volvería a ser él mismo; pero esa tarde, cuando empezaba el recreo, fue más allá.

Din-Mae pasó cerca de él; la agarró de la muñeca y con la otra mano en el omóplato la lanzó de cara a la pared, con tanta fuerza que le quebró el húmero. Apretó su cuerpo contra la espalda de la joven, arrinconándola contra el muro, y comenzó a empujar su pelvis contra sus nalgas mientras le gritaba en la oreja: “¿Te gusta, no? Nada más rico que una buena verga en el rabito para pasar el recreo, ¿no? ¡No llores! Los dos sabemos que hace meses que vienes meneando ese culito sabroso frente mi pija, buscándola. ¿Ahora que la tienes no la quieres más?” Cuando el profesor intentó separarlos Log-Nei lo agarró del pene y se lo retorció con violencia, haciendo que cayera de rodillas; se abrió el pantalón e intentó penetrarlo en la boca, mientras le gritaba: “Vamos, profe, juguemos como el otro día… Yo me divertí mucho, eso lo sabe muy bien porque disfrutó tragando mi leche. ¡Ni una gota dejó afuera!”.

Sin poder creer todavía lo que el maestro me contaba me di vuelta; Log-Nei miraba fijamente a Din-Mae aún llorosa sentada en el otro extremo de la bahía médica.

—¡Ven, putita! Suéltanos y te prometemos que te rompemos esa bombachita de flores que tienes y te la metemos tan adentro que vas a sentir “mariposas” en el estómago. ¡Dale, que la tenemos re-dura de solo pensar en esas nalguitas sabrosas! No te hagas la zonza, que se ve que te mojaste toda. —La niña se había meado encima, y los sollozos se volvieron gritos de angustia.

Hice que el profesor la llevara a las habitaciones de su familia. Cuando se fueron Log-Nei volvió a enfocarse en mí:

—¡Carnicero mala leche! ¿Tienes envidia de ese culito fresco? ¡No te preocupes, que hay verga para rato, no te vas a quedar sin tu parte! ¡Libéranos, y por más que tengas las nalgas caídas igual te vamos a dar gusto!

Estaba desaforado así que tomé un hipospray con Improvalina y traté de inyectarlo, pero al liberar del campo de fuerza el brazo me clavó un codazo que me lanzó a través de la habitación. Volví a activar el campo y lo inyecté en el cuello, pero no le hizo efecto; una segunda dosis empezó a calmarlo. A pesar de que ese es el límite para un humano adulto lo inyecté por tercera vez y se hundió en un profundo sueño. Por un instante los bio-medidores cayeron a cero, y un frío gélido envolvió la bahía médica. Temí que hubiera entrado en paro pero casi instantáneamente los indicadores volvieron a subir; me pareció notar que la forma de su cara cambiaba ligeramente, pero se lo atribuí a la relajación de la inconsciencia.

Lloraba en sueños. La enfermera me ayudó a ponerle una bata; al desnudarlo vimos que tenía la piel cubierta de marcas terribles; había moretones en todo su cuerpo, y tanto el pecho como el estómago estaban cruzados por horribles cicatrices causadas con algún elemento filoso. Analicé las heridas con el tricodificador médico; todas tenían una profundidad desmesurada para ser auto infligidas. Escaneando más en profundidad se podía apreciar daño en los órganos, como si hubieran sido manipulados de algún modo.

Estaba terminando mi análisis cuando abrió los ojos derramando lágrimas y, con una voz completamente distinta a la anterior, empezó a sollozar pidiendo ayuda. Nos contó que llevaba varios días sufriendo este tipo de ataques; se desvanecía por minutos, a veces horas, y cuando despertaba más y más heridas habían aparecido; no podía recordar nada de lo que había hecho durante el tiempo que estaba ausente. A mitad de la frase un brillo extraño cruzó por sus ojos; un intenso olor a azufre empezó a emanar de su cuerpo y sus facciones se deformaron nuevamente.

—¿Qué andaban cuchicheando ustedes dos, matarife? —La voz mudó por una más ronca, de adulto—. No habrás creído las pavadas que dijo esa nenita llorona de Log-Nei, ¿no? Nosotros lo estamos tratando muy bien, mejor de lo que se merece.

—¿Cómo que “nosotros”? ¿Quiénes se supone que son ustedes?

—¿Cómo? ¿El carnicero no sabe lo que pasa en su propio matadero? ¡Qué mal! —contestó con una mueca de maldad; decidí seguirle el juego.

—No, no sé lo que está pasando contigo. No entiendo cómo pudiste hacerte esos cortes, nadie puede mantenerse lúcido ante el shock de semejantes heridas como para volver a cerrarlas.

—Nos quita merito, carnicero. Usted mejor que nadie puede apreciar el fino trabajo de destazador que hemos hecho en este mariconcito precoz.

—Admito —intervine—, que si bien los cortes fueron hechos con burdos objetos de metal, tienen una precisión y un conocimiento anatómico sorprendentes para un niño de once años.

—¡Exacto! ¡Sabíamos un desollador como usted iba a poder apreciar nuestra destreza!

—Pero, ¿para qué? ¿Qué pretendían lograr? —Mi voz se quebró por un momento al preguntarle.

—¡Oh, bueno! Por ahora digamos que estamos “jugando al doctor” un ratito… Lástima que no nos dieron la oportunidad de jugar con la putita. La idea de tocar esas tetitas por dentro nos pone frenéticos.

—Todavía no me dicen quienes son ustedes. ¿Cómo es que están dentro de Log-Nei? ¿Cómo lo controlan?

—Oh, pero mi amigo Mac, eso es lo más sencillo.

No pude contener mi expresión de asombro; desde que llegue seis meses atrás a la base nadie me había llamado así. Freddie inventó ese apodo para mí en la academia, Log-Nei no podía saber de él.

—Perdón, Mac. ¿Te pusimos nervioso? Sabemos de Freddie; sabemos muchas cosas de ustedes, no nos divertimos solo cortando y cosiendo.

—¿Y cómo conoce Log-Nei a Freddie? —me vi forzado a preguntar.

—¿Log-Nei? ¿Log-Nei? ¡Pequeño carnicero infradotado! —estalló de golpe, retorciéndose violentamente en la camilla—. ¿En serio crees que un pobre chupavergas de once años sabe algo de ti? ¿Tanta arrogancia tienes? Nosotros hacemos nuestra propia tarea, Mac; conocemos todo lo que hace falta de ti, de Freddie y las cosas que fantaseabas hacer con él, de esta colonia de mineros de mala muerte y de cualquier persona que podría llegar a molestarnos mientras jugamos.

—¿Y entonces qué quieren? ¿De qué les sirve torturar a un pobre chico así?

—Yo me preocuparía un poco más por mí mismo Mac. ¿Por qué no dejas al mariconcito a nuestro cuidado? Si miras para otro lado cuando se vaya la enfermera te lo dejamos todo preparadito como te gusta.

—No puedo ignorar lo que está pasando, y ya deberían saberlo.

—¡Oh, pero lo sabemos! ¡Lo sabemos! —Nuevamente empezaron las carcajadas malignas—. Eso es parte de la diversión. No queríamos que nos descubrieras, pero a veces nos cuesta controlarnos un poco. Ahora que sabes que algo está pasando entendemos que quieras tratar de detenernos. Eso va a ser muy interesante.

—No veo lo divertido; de hecho, ya los he detenido, están atrapados bajo ese campo de fuerza, no pueden hacerse daño ni a nadie más.

—¿En serio? —retrucó desde la camilla a la par que las luces de la bahía empezaron a titilar.

La enfermera gritó, presa del pánico:

—¡Doctor! ¡Junto a la cama! ¡Esos dos seres! ¿Qué son esos instrumentos? —y se desmayó.

—¿Te das cuenta, Mac? Deberías ser un poco más abierto de mente, como la putita esa que tienes de enfermera. Extraña elección; conociendo tus degenerados gustos deberías tener un lindo enfermero a quien chupársela cuando estás aburrido. ¿Por qué no lo invitaste a Freddie? En una colonia minera perdidos en la nada seguro lo tenías comiendo de tu mano.

—Esta charla se terminó —respondí cortante mientras le administraba una cuarta dosis de Improvalina.

Cayó desmayado nuevamente. Llevé a la enfermera fuera de la habitación y la resucité. Cuando le pregunté qué quiso decir con “esos instrumentos” me dijo que vio la bahía médica transformarse en una especie de caverna; junto a la cabecera de la camilla dos humanoides de una raza desconocida manipulaban una vara eléctrica sobre unas sondas metálicas insertas en varias partes de la cabeza de Log-Nei; a cada descarga la cara del muchacho se deformaba de dolor. Volvimos a la habitación; Log-Nei nos esperaba despierto, mirándonos con furia mientras trataba de liberarse del campo de contención.

—¿Tan rápido volvieron? —nos recibió socarrón—. ¿Me extrañaban?

—Basta de rodeos —le dije—: quiero que me expliques lo que vio la enfermera.

—¿Qué, esto?

Las luces volvieron a centellear, apagándose de repente; la atmosfera se enrareció llenándose de un intenso olor a azufre, que contrastaba con el frío gélido que nos rodeó. Los bio-medidores en la cama de Log-Nei cayeron a cero para luego apagarse.

Mis ojos se adaptaron gradualmente a la oscuridad; estábamos en una caverna. Fui a la entrada y, para mi asombro, gran parte del cielo estaba cubierta por la superficie de Signus IX. Estábamos en alguna de las lunas del planeta, transportados de algún modo desconocido.

—¿Doctor, podría por favor acercarse a una de las camillas libres? —escuché y al volver la cabeza vi un alienígena que apuntaba un arma en mi dirección.

Consentí resignadamente; Log-Nei y la enfermera yacían inmovilizados. Otro humanoide de rasgos similares a los suyos pero visiblemente más adulto estaba tumbado inconsciente junto al chico. El que parecía estar a cargo se dirigió a mí:

—Éste es un contratiempo bastante desafortunado, doctor. Esperábamos poder investigar un poco más su fisiología en el joven antes de avanzar con otra captura; quizás la pareja del niño, Din-Mae. Pero el proceso de trasposición ha demostrado ser bastante caótico. Usted mismo vio las consecuencias: los insultos, la ira, la agresión sexual, el complejo de personalidades múltiples.

—¿Qué es esa “trasposición”? ¿Cómo lograron hacernos creer que ese ser era Log-Nei?

—Es un proceso complejo, doctor, y por desgracia el tiempo apremia; me limitaré a decir que mediante el uso del transportador integramos los patrones biométricos de ambos sujetos en una misma matriz y seleccionamos los elementos que queremos conservar en destino. Las desventajas del método son evidentes; siendo el resultado una combinación de los procesos biológicos de ambos seres eran de esperarse trastornos hormonales, incluso fallas en algún órgano. Suponemos que en el caso del muchacho el hecho de ser un adolescente acentuó las perturbaciones.

Dos soldados más ingresaron; a pesar de ser de otra raza, uno era casi idéntico a mí fisonómicamente, y la otra podía ser confundida fácilmente con la enfermera. Mientras me ataban a la camilla el jefe seguía hablando:

—El reemplazo tuvo un exhaustivo entrenamiento previo al intercambio: toda la información que conocíamos de su base, tanto oficial como personal; los patrones de comportamiento del sujeto, de los individuos con los que interactuaba generalmente. La cubierta perfecta mientras nosotros aprovechábamos para estudiar al joven.

»Sin embargo a las pocas horas empezó a actuar de manera errática; dos días después había perdido todo control de su voluntad, agrediendo a sus compañeros y su profesor. Y quizás la peor de las consecuencias, involucrándolo a usted.

»Si bien nuestra técnica de trasposición mimetiza los procesos orgánicos de ambas partes era cuestión de tiempo para que sus estudios determinaran que él no era el muchacho; en un intento por evitarlo quisimos confundir a sus aparatos intercambiándolos al azar.

Ya le habían colocado las sondas a la inconsciente enfermera; pequeños movimientos involuntarios recorrían su rostro esporádicamente, un efecto de las pruebas con la vara eléctrica. Uno de los técnicos se acercó y comenzó a insertar en mí los instrumentos. Gradualmente dejé de sentir mi cuerpo; perdí la vista, luego el oído y mientras mi mente caía lentamente en un sofocante sopor escuché:

—Pero esto último tuvo otra consecuencia inesperada; la repetición del proceso de manera continua combinada con el aumento de energía necesario para compensar su campo de contención empezó a alterar el espacio físico alrededor del reemplazo; por momentos parte del entorno a su alrededor empezó a mezclarse con el nuestro.

»Perdíamos el control de los transportadores, e incluso usted y su enfermera empezaron a notar los cambios, por lo que no nos quedó otra opción; los transportamos a ustedes y al reemplazo aquí, a nuestra instalación en la tercera luna de Signus IX.

»Ahora que ya saben la verdad, no podemos retornarlos; tendremos que avanzar con sus trasposiciones en las condiciones actuales, antes de que se percaten en la base de su ausencia. Por suerte los soldados ya estaban siendo entrenados para reemplazarlos, esperemos que las dificultades hormonales que encontramos en el joven no se repitan en ustedes.

© 2016 Diego Fernando Prado Riestra

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