CUENTO: La lección, por Antonio y Amanda Galland

“Hay dos tipos de dolor, el dolor que fortalece y el dolor inútil. En momentos de dolores inútiles se requiere que alguien actúe, que alguien haga lo desagradable. Lo que es necesario. Listo. No más dolor.”
Francis “Frank” Underwood


Sussan Flymaker no recordaba con claridad la secuencia de actos que la habían llevado a su jardín, pero lo disfrutaba. Era su lugar preferido. Allí se relajaba de las agobiantes jornadas en el congreso y de la insoportable presencia de Francis. Ese malnacido manipulador egocéntrico. Por suerte, en la mañana, presentaría una serie de pruebas —obtenidas arduamente—, que dejaría al descubierto aquella implacable sed de poder y corrupción. Mientras tanto, ella relaja su mente y su mirada junto a sus gardeñas, jazmines, tulipanes blancos y rojos, malvones, girasoles y la colección más preciada y cuidada de su jardín: Su rosedal. Cuatro hileras dispuestas en forma cuadrangular de varias especies de rosas. En el mismo centro del vivero. Resguardado por una cúpula de cristal y alrededor de una fuente con regordetes ángeles y cupidos borboteando agua para el deleite de los selectos visitantes de la congresista.

Esta noche sus rosas parecían más vivas que de costumbre. La luz de la luna llena les inculcaba un color pálido y etéreo. Aún así, podía percibir, si se lo proponía, el latido de la fuerza vital recorriendo tallos, hojas y espinas hasta colorear sus pétalos con la misma fuerza que pudiera tener la sangre de las venas humanas. Por momentos incluso creía que se acercaban para acariciarla y bañarla con sus fragancias. Sin querer esquivó una rama demasiado larga para su gusto y otra rama detrás de ella, que creyó no haber podado a tiempo, la raspó en el antebrazo. Aquella rama tenía un capullo color salmón, cuyos pétalos simulaban un ojo. Se quedó maravillada por la extraña configuración hasta que la rosa-ojo parpadeó un par de veces observándola detenidamente. Sussan dio un paso atrás sorprendida y tropezó con otras ramas que —ahora pudo percatarse bien—, crecían desmedidamente a su alrededor.

Sus “reunión de señoritas”, sus rosas púrpuras, las Alba Maxima hasta las Sempervirens  la empujaban hacia la fuente. Quiso correr hasta el pasillo de las gardeñas pero una enredadera de rosas chinas blancas y rojas le cerró el paso y continuaban creciendo y cercándola. Su sorpresa ya era nerviosa ansiedad; más, cuando veía que cada capullo tenía forma de mano, pies, corazón, dedos, muchos ojos, orejas, narices, riñones o pubis que se abrían y cerraban continuamente. Luego lanzó un grito espantoso cuando sus amorosas rosas amarillas comenzaron a envolver su cuerpo y articulaciones, intentó correr y escabullirse pero solo lograba rasparse y enredarse con las ramas y espinas. Sus mejillas sangraban. Una espina de rosa Luxor se le clavó en el ojo y sintió cómo el líquido ocular brotaba y se entibiaba con la sangre de sus otras heridas. De repente estaba inmóvil, con los brazos y piernas en cruz, y cientos de ramas que continuaban enroscándose, desgarrando su ropa y su cuerpo, hasta dejarlo hecho jirones lacerantes de carne viva. Jamás había experimentado tanto dolor.

De pronto otro muro de rosas Leónidas y rosas azules comenzaron a mutar de color hasta ser rojo sangre y negras. Luego todas juntas se unieron en una gigantesca rosa que perdía sus pétalos con rapidez; dejando al descubierto la silueta de un hombre con el rostro quemado, una remera a rayas y, en una de sus manos, afiladas, tenebrosas cuchillas.

—Hola, Sussan —le susurró la extraña criatura al oído para después lamerle la mejilla lacerada y saborear su sangre con gran placer—. Tengo un regalo especial de parte de Frank. Me pidió encarecidamente que le demos un corte a vuestras hostilidades —dijo alzando sus afilados dedos metálicos y dejándolos caer una y otra vez hasta la saciedad.

Las carcajadas de Freddy Krueger se confundieron durante varios segundos con los aullidos de dolor de la congresista. Algo más lejos, en un banco de plaza de cemento, Francis “Frank” Underwood, observaba apático.

—¿Saben, queridos lectores? —dijo de pronto dirigiéndose a ustedes—. Lo que más me molesta de mis enemigos es que sean confiados, que esperen tranquilos el inicio de un nuevo día para actuar. El mundo es del que hace lo preciso en el momento justo. Es una verdadera pena, Sussan era una buena persona, con capacidad y futuro político. Le ofrecí ser mi segunda al mando pero decidió ponerse en mi camino.

Los gritos ya habían cesado y Francis decidió saborear una costilla de sus preferidas cuando Freddy se le acercó lentamente.

—De verdad no exageraron nada de lo que se decía de ti, amigo —expresó Frank en tono conciliador, limpiándose la boca con una servilleta de papel—. Un excelente trato. Sí, señor. Yo te liberaba y tú me “arrancabas” las malezas del camino. —Freddy continuaba caminando inexpresivo también; Francis no quiso mostrar inquietud así que acercándole la bolsa con comida consultó:— ¿Quieres unas costillas? Son mis favoritas.

La única respuesta de Freddy fue tomarle el brazo y hacerlo volar hasta el rosedal sangrante donde Francis comenzó a recibir el mismo martirio. Su mirada, en medio del dolor y los forcejeos, era de escepticismo completo mientras veía como se acercaba Krueger y lo sermoneaba:

—Creí que tú eras el que decía que el dolor inútil debía ser suprimido… Relájate, Francis, todo terminará en un momento. Pero antes —y haciendo sonar sus cuchillas dijo—, te daré una lección sobre los sueños y pesadillas. Pequeño secreto: —apareciendo a su lado le dijo al oído en un susurro—: Las pesadillas terminan cuando muere el soñador. —Y haciendo crueles risitas fue cortando uno a uno los dedos de Francis—. No te diste cuenta, ¿verdad? No era el sueño de Sussan. ¡Idiota! —Y ahora le abrió la piel del vientre en cuatro franjas paralelas que se abrieron dejando salir las tripas lentamente—. Además, cuando dije “Acepto” al pacto —añadió en tono travieso—, había cruzado mis cuchillas. —Y dejándose llevar por sus carcajadas Freddy Krueger desgarró el cuerpo de Francis hasta que la sangre y la carne quedaron desparramadas por todo el rosedal.

Entonces, tras saborear la sangre que goteaba de sus cuchillas, dijo:

—Tenía razón este Francis: Excelentes costillas. —Y tomando la bolsa que había quedado en el piso se sentó en el banco a disfrutarlas una por una.

—Lo que más me molesta, estúpidos lectores —dijo de pronto Freddy Krueger—, es que ustedes tampoco se den cuenta de que el sueño aún no se terminó. Yo sigo aquí. Y vengo por más. ¡Vengo por todo!

Y apareciendo al lado tuyo dijo:

—¿Quién será ahora el siguiente en redecorar este jardín?

© 2016 Antonio Alejandro Galland
© 2016 Amanda Antonella Galland

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Conversación en la Forja

10 comentarios

  1. Los felicito! Me parece muy interesante que padre e hija escriban juntos!
    Tal vez, me hubiera gustado un personaje original, pero es divertido "leer" a Krueger, interactuando con el lector!

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    1. Era parte de la premisa el personaje. Nos llevo varias charlas con mi hija darnos una idea de como hacerlo.

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  2. Antonio..me gusto el sorpresivo ataque de las plantas a la protagonista...la verdad no lo vi venir porque el ambiente del inicio del cuento te hace pensar otra cosa...te acostumbra a una atmósfera de tranquilidad ...por asi decir.
    Personalmente no me gustan los cuentos con sangre y tripas...y menos Freddy Krueger!!!

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    1. Gracias por tus impresiones. Y por tu valentia al leerlo. Recomendado leelo de noche sola en casa a las 3 de la mañana.. jejej

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  3. Muy bueno, soy amante de las historias y película de terror, y la verdad me sorprendio lo de Freddy Krueger,es verdad el comienzo da paso a que uno imagine otra cosa felicitaciones a ambos por este comienzo

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  4. Qué decir poeta? Te superaste; me sorprendió gratamente,aunque no me gusten las películas de Freddy,😊 pero en este caso lo disfruté ampliamente!Felicidades amigo!👏

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  5. Wow que gusto leerlos!!! es maravilloso navegar y encontrar en las olas de la net estas delicias... Rosas Leónidas... todos los dias se aprende algo...

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