CUENTO: El cazador, por Carlos Fernández

Los sonidos anuncian el ritual y el ritual anuncia la continuidad de las costumbres que están escritas en la piel de la comunidad. ¿No hay lugar aquí para los deseos personales, las decisiones inesperadas o los fenómenos climáticos sorprendentes?



El sonido era apenas perceptible pero, con el transcurrir de las horas, se hizo más fuerte. Era un tono grave y rítmico, que se asemejaba a fuertes golpes sobre un bongó lejano. Fue subiendo en volumen poco a poco y con firme constancia, como si se acercase a medida que transcurría el tiempo.

La oscuridad se alzaba, tapizando las paredes de barro de la choza y el sonido del bongó llegó a ser estrepitoso. Seguramente, pensé, los ancianos deben haber decidido ya el destino del rey; pero claro, han de obrar según el ritual, después de todo, ellos son los sacerdotes y si no hicieran rituales, ¿quiénes los harían?

En este ciclo murieron diez buenos cazadores en las sabanas. La mayoría terminó su ración de agua y prefirió no volver. La siembra tan sólo ha ofrecido unos cuantos granos desperdigados, y todos coinciden en que el rey nos trajo mala suerte, así que su destino está sellado, como el mío.

A estas horas de la luna de mañana, el cacique será rey y yo deberé ser cacique: es el curso natural de la vida. El más fuerte ha de proteger al débil, el joven dará de comer al viejo. El mejor de los cazadores se convierte en cacique para después convertirse en rey. Una vez iniciado el camino, ya no puede volverse atrás, pues el fuerte no sólo ha de proteger al débil sino también a sí mismo, y no es fácil proteger a nadie cuando hay sequía y las bestias están alteradas por la sangre. Si lo fuera, el rey no necesitaría un cacique.

Ahora los bongós son un frenesí de ruido, estoy seguro de que ya ha ocurrido. Según el ritual, todos podemos salir de nuestras chozas para ayudar a llevar al rey hasta el altar y allí... Yo prefiero quedarme en mi choza. Desde que me hicieron cazador, mi destino está echado. Sólo hay un camino que seguir y, ahora que seré cacique, sólo anhelo que esta terrible sequía termine antes de que pasen otros dos ciclos; de lo contrario escucharé los bongós de nuevo y ya no tendré nada de que preocuparme, pues mi destino ya lo habrán decidido los ancianos y mi cuerpo y mi alma serán otro sacrificio más para mitigar la sequía.

De todas formas, ¿cuánto más puede durar? Las sequías no son eternas y tampoco lo son las lluvias. Algún día lloverá, como siempre ha sucedido y no creo que los reyes tengan mucho que ver con ello. ¿O tal vez será simplemente que no deseo creerlo?

© 2006 Carlos Fernández
© 2006 Yuhanny Henares Chamate (ilustración)

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Conversación en la Forja

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