CUENTO: Corretaje, por Fernando Naranjo

El administrador del área periférica de corretaje llegó sigilosamente, ¡con tres giros de retraso! Y aunque el sitio estaba a oscuras, percibió concentraciones luminosas en el hábito de su asistente que, ignorante de su presencia, contoneaba pausadamente su caderamen.

—¿Nostalgia de hemoglobina? —preguntó en susurros.

La protofémina brincó del susto. No pudo evitar ni la sorpresa ni el disgusto y, muy a su pesar, reaccionó haciendo surgir sus lustrosos y elegantes colmillos.

El Administrador sonrió con tolerancia e iluminó el recinto. La protofémina (Sucba de aquí en adelante), cubrió sus ojos con visores oscuros y se volteó furibunda hacia el Administrador cuyo entusiasmo hacia su caderamen era tan irrefutable como lo era su indiferencia hacia la amenaza de sus colmillos.

—No te enfades, ¿sí? Además: no creo que te hayas aburrido en toda la temporada de acopio de información. Y ahora necesito que me proporciones el glosario indígena toponímico básico… Historia reciente (no más de 0.6 de evo, por favor), y por hipnopedia, si no te importa.

Sucba inhaló toda la biósfera que pudo; sus colmillos se retrajeron y dispuso primero de una gran maqueta electrónica del sistema de mundos en oferta, mientras el Administrador se daba en sensor pasivo. Sucba optó, entonces, por una voz didáctica, amena, con imaginativas incrustaciones de sensualidad vocal y digital, que disimularon muy bien su furia reciente:

—Nos encontramos, según las criaturas del tercer planeta, en la zona de libración L4 del gaseoso mayor, al que llaman Júpiter, situado a cinco unidades astronómicas de su estrella, una petisa amarilla estable y sin mayores convulsiones; y adorable, justo es decirlo, cuando las nubes de ese mundo merman su brillo, o cuando reina la noche. Los indígenas parlantes son omnívoros albuminófagos, como nosotros…

Al cabo de un tiempo indescifrable, el Administrador volvió en sí, estiró su musculatura entumecida por la hipnosis, y se incorporó. Comprobó, lleno de gozo, que Sucba había esfumado los colmillos de su boca y que el rojo de sus pupilas podía ser encantador, pero nada comparable con su nalgamento. Para no fomentar malos entendidos, bostezó aparatosamente.

—Listo —dijo el Administrador—: ¿Qué pesa en nuestro favor a la hora de negociar?

—Que los terrestres no cuentan con colonias planetarias, que no cuentan con protocolos de protección planetaria (en realidad son unos descuidados), y que están en paz. Hay paz. La guerra global termina… O, por lo menos, hay un bando perdedor; lo del proceso de capitulación y firma de armisticios es, en términos prácticos, inminente.

—¡Perfecto! —reaccionó el Administrador con entusiasmo—. Debes saber que nuestro cliente es un consorcio inversionista de alto nivel, tú sabes: predios exóticos de gran emisión energética próximos al centro galáctico; si no, vecinos de agujeros negros nuevecitos, astros neutrónicos, púlsares, etcétera, etcétera, etcétera... Y resulta, apreciada Sucba, que nuestros desprendidos rivales, que volcaron todos sus esfuerzos en atesorar y especular con esos feudos clásicamente rentables, se despreocuparon de millones de kilopársecs de la periferia… Zonas imperturbables y prácticamente aburridas, pero que ahora se han vuelto irresistibles para nuestros clientes, ávidos como están de nuevos placeres y de experiencias lúdicas y gastronómicas.

—Ahora, si quieres —prosiguió el Administrador, acercando impunemente sus extremos táctiles al cuasi esférico trasero de Sucba—, puedes contarme TODO lo que hiciste en el tercer mundo… y en virtual, si no te importa.

¡Ah, Sucba, Sucba!

¡Sucba se dio en trance motriz!

Sucba —en trance motriz, con voz de adolescente, y sobre escenografía virtual— narró:

Que entre los indígenas del tercer mundo bebió licores evanescentes, que bebió sangre de su sangre, que disolvió sus virtudes y sus recatos, que siendo poseída poseyó y cazó a miles y a decenas de miles de indígenas (que aún la sueñan, le consta, entre las estrellas de su cielo mezquino y entre los naipes de su mala suerte), que voló entre los tules de su celaje, que alada eclipsó una luna solitaria, que aulló como perra, como loba, que maulló como gata, que navegó mares, que abonó campos, que succionó, que libó del alimento que le es propicio al visitante del universo…

—Por todos los astros brillantes, Sucba —dijo el Administrador, zafándola del trance—, ¿fuiste, acaso, a provocar poesía? En todas las prehistorias hay quien las canta, te debería llevar al cúmulo 69/150…

—¡Demasiada luz! —protestó la protofémina.

Sonriendo como niña, Sucba se acercó a su jefe y le preguntó:

—¿Qué respira el cliente?

—Sucba, Sucba… ¡Olvídalo! ¿Sí? Respiran por difusión, no tienen sangre ni necesitan tenerla… Pero pueden libarla —dijo con picardía—. ¡Y de ese modo nos pueden matar, así que compórtate! ¡Sujétate a las formas y protocolos y vamos a por esa bonificación!


El Condensador decantó un contenedor con las partículas de la Delegación Nebular “Predios Rústicos”, una de las miles de compañías del Gran Consorcio, encargada de “espacios físicos viables”, según la presentación anidada por el Administrador de Corretajes de la Periferia… Toda esa lata, y más aún.

No conformes con la cháchara, la DN Predios Rústicos, articulada en un solo organismo locutor, pidió permanecer oculta detrás de un camuflaje humanoide.

El Administrador se encogió de hombros.

—Podríamos usar el formato de su cuerpo-recipiente, o el de su asistente.

—Usen uno como el de ella —propuso el Administrador—. Pero que sea rubia y de piel recargada de melanina, sin indumentaria, que se pasee desnuda, de ser posible, y que se deje decir “Negra”, si no les importa.

—Para nada —dijo la DNPR y, acto seguido, emergió del contenedor la Negra, para gran estupor y felicidad del Administrador, que ahora tenía un paisaje visual consistente de un trasero tan formidable como el de Sucba quien, por su parte, desconfió sistemáticamente de todo cuanto sucedía. En algún momento intentó transmitir sus preocupaciones al Administrador, especialmente cuando percibió que detrás de la Negra surgieron dos o tres mosquitos, más prefirió callar porque la tensión, el miedo, la incertidumbre, tienen por costumbre estimular la aparición de sus delicados y relucientes colmillos; asunto que podría perjudicar la negociación.

—¿Te parece, Negra, que procedamos con los términos contractuales? —propuso el Administrador.

—Sólo cuando nos den garantías —intervino la Negra— de que se trata de un predio inofensivo, inocuo, vivible.

—Por favor, Negra —dijo conciliador el Administrador—, ¿qué tenemos aquí? Un encantador sistema de ocho planetas, más de 170 lunas, una faja de asteroides rica en minerales…

—Pura condrita y material orgánico —minimizó la Negra…

—Pero tú no vienes en fase de explotación minera… Eso está bueno para la raza indígena…

—Tenemos nuestros planes —aclaró la Negra…

—Ah, supongo…

—Y esa raza indígena…

—¿La del tercer mundo? Nada temible…

—¿Seguro? Nuestros sensores acaban de recibir una potente pulsión electromagnética proveniente de ese mundo… ¿Seguro que no tienen sistemas de protección planetaria?

El Administrador y Sucba se precipitaron a sus sensores remotos…

—¡Tú dijiste, Sucba —le increpó el Administrador a la protofémina—, que estaban en paz! ¡Y eso, querida, eso es una guerra termonuclear en regla!

—¡No entiendo! —balbuceó Sucba conmovida, pugnando por reprimir el afloramiento de sus colmillos filudos e inevitables, que no sólo entorpecían la motricidad de sus labios, sino que comunicaban a la Negra unos deseos impostergables de clavárselos en su cuello.

—Lo que yo entiendo —dijo la Negra, ignorando la costumbre atávica de Sucba— es que el precio originalmente considerado con mucha seriedad de nuestra parte, pues tendrá que mermar considerablemente… Por obvias razones…

—¡Pero, Negra —acotó, alarmado, el Administrador—, vuestra especie es particularmente inmune a la radiación!

—Sí, pero formalmente esto ha sido un engaño, un timo, una acción premeditada que deshace, que in-va-li-da, el vínculo contractual que deberíamos formalizar…

—Negra —dijo el Administrador con todos los argumentos disponibles—, vuestra especie ha sobrevivido por evos a radiaciones de verdad, no se diga a esa eclosión inofensiva de unos indígenas pendencieros… Pero lo cierto es que todo sigue en tus manos, Negra, dime tu precio y yo te digo si lo puedo solventar.

La Negra se dio la vuelta, se movió como sólo una negra sabe hacerlo y dijo:

—Listo, el 50% de la propuesta inicial.

—¡Ya! Pero no te doy el Sistema Solar Exterior…

—¿Cómo? ¿Sólo me das cuatro planetas, tres lunas… y los cometas? ¿Cómo discutimos su jurisdicción?

—¡Cuando un cometa entre al perihelio esa agua es tuya! ¡Que conste en actas!

—¡Que conste! —acordó la Negra.


Antes de introducirse al contenedor, la Negra muy gentilmente deambuló por la estancia, sonrió con picardía a la pareja, se agachó impulsivamente, alzó sus brazos, cimbró sus pectorales, abrió sus piernas, bailó, y todo para regocijo del Administrador que aplaudía como un sujeto senil, y para fastidio del muy volátil genio de Sucba.

—¡Uf! —se desinfló el Administrador cuando los de la DNPR se marcharon—. ¡Por poco fracasamos!

Sucba se volteó lentamente, desbarató su linda sonrisa y colocó en su lugar una mueca nerviosa de loba irritada. Virtualmente, rugió:

—¿Te parece , realmente, un éxito la negociación, pedazo de zángano? ¡Yo esperaba una comisión equivalente al doble de esa miseria que me vas a dar!

—Sucba, Sucba, ¿no entiendes? ¿No entiendes que estos desgraciados manipularon a los indígenas del tercer mundo? Que fueron ellos —quién más— quienes provocaron la escalada nuclear de la guerra que tú dejaste a medio pacificar.

—¿De qué hablas?

—¡Eso, querida! Recapitulemos, si no te importa. La DNPR se traslada a la periferia, desprecia todas las supernovas embrionarias de este brazo de la galaxia, por decir algo. La pregunta es: ¿por qué? ¿Qué es lo que busca? Pues, que la Negra lo que quiere es lo mismo que tú: sangre, mucha hemoglobina que libar. Quieren un predio apacible, lejos del estrés laboral, y para eso han escogido la Tierra; luego —acuérdate de lo que digo—: van a terraformar ese planeta rojo…

—Marte…

—Ése. Y organizar colonias de proveedores perpetuos de sangre…

—¡Eso no es muy ético, del todo!

—Sucba, Sucba. ¿Qué no es ético?

—Un negocio donde un cliente tan poderoso va perder. ¡Su cepa puede extinguirse! ¡Vamos a tener muy mala fama!

—Sucba, Sucba, ¿te absorbió sangre algún insecto, uno solo, mientras violaste y volviste anémico a medio mundo? ¿No? ¡NO!

—¿Por qué?

—Por los pesticidas… Y nuestro cliente, querida, después de tanta radiación sus genes han mutado y ahora son hipersensibles al piretro, por ejemplo… ¡Ésa es la protección planetaria de tus terrícolas, y así nos deshacemos de tanto mosquito!

—¡Eres siniestro, Administrador!

—No me lances flores, Sucba —la conminó el Administrador—. ¿Y tú?, muy normal conmigo, ¿sí? ¡Nada de dejarme anémico!

© 2017 Fernando Naranjo

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Conversación en la Forja

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