CUENTO: El último de los Unalak, por José Eduardo González Vargas
—… 3016. Semana cuarenta y nueve. Día dos. Hora cinco. Minuto cuarenta y tres.
Abre los ojos.
Éste era el día más importante de su vida, el día para el cual se había preparado por media existencia y que había vivido cientos de veces en su mente desde su graduación. Cada día es el día de tu muerte, le decían sus instructores en aquel entonces, pero un día será cierto.
Cada vez más cerca de su meta.
El comandante Kalzar se admiró una vez más en el espejo de su cabina: su uniforme de la Alianza Galáctica era de un pulcro azul oscuro, su piel era de un verde brillante y orgulloso y los guantes blancos amoldaban sus delicados tentáculos en unas rígidas manos sintéticas.
La primera vez que usó uniforme, recuerda muy bien, fue cuando se graduó de la Escuela de Oficiales de la Alianza Galáctica en Omega, uno de los planetas con nombres genéricos usados para adiestramiento y administración a lo largo de la galaxia. Debía ser la ocasión más alegre de su vida, pero no lo fue. Todavía recuerda estar parado con su uniforme de gala junto a la otra treintena de Unalak, hijos de la élite que estudiaban en Omega, en las oficinas privadas del Rector Mbutu, cuando él personalmente les informó con total consternación sobre lo que había pasado.
Al principio se sintieron incrédulos, luego desconsolados, por mucho tiempo llenos de ira. Con los años simplemente reinó la impotencia y la resignación.
El comandante Kalzar dio media vuelta, se paró ante la escotilla de la cabina y siguió con la firmeza de quien sabe que se dirige a cumplir su destino.
—Tíndalos, tiempo aproximado para llegar a Omega. Ejecutar.
—Tiempo aproximado: dos días, tres horas y diecinueve minutos estándar.
En el puente de la nave, el comandante Kalzar admiró a Omega en el monitor. Era una esfera recubierta de nubes que de tanto en tanto dejaban ver un intenso naranja con una pequeña e irregular luna. A cualquier funcionario de la Alianza Galáctica, por lo menos a los de este cuadrante, le era difícil ver a Omega y no sentirse inundado por las emociones.
Para muchos, Omega era su segundo planeta madre. Para Kalzar, el último de los Unalak, las circunstancias lo habían convertido en el primero. Había peleado en más de treinta guerras en planetas de los cuales ni recordaba el nombre, recorrido el doble que cualquier otro oficial de su promoción, presenciado algunas de las cosas más maravillosas y terribles que podía imaginar y unas cuantas que no podía entender; había dedicado cada respiro de ser, cada pálpito de su corazón y cada milímetro de su cuerpo a la Alianza.
Era hora de la retribución.
Viendo a Omega, tan bella y excelsa, no podía dejar de pensar en su natal Kappa Epsilon-4, una esfera verdosa con un anillo gris. Claro que él no lo llamaba Kappa Epsilon-4, ése era el nombre impuesto por los primeros exploradores humanos de la Alianza; su verdadero nombre era mucho más melodioso y cercano a su corazón e impronunciable por esas regordetas lenguas rosadas.
Cerró los ojos y recordó. La cálida sensación de humedad y mosquitos revoloteando, de ciudades esculpidas en asombrosas montañas de barro, el nado de los suyos junto a él en infinitos deltas. Todas esas emociones lo envolvieron y se difuminaron como el vapor.
Abrió los ojos y vio a Omega. Tan cómoda y arrogante.
Ya no tenía hogar. El puñado de nativos que se salvaron eran estériles por culpa de las condiciones del viaje espacial. Ahora, luego de tanto tiempo y tantas muertes, sólo quedaba él. El comandante Kalzar, el guerrero respetuoso del Alto Mando que muy obediente se había tragado las mentiras de la Alianza.
—Tíndalos, active grabación de la cabina. Ejecutar.
—Grabación activada en tres, dos…
Kalzar veía directamente hacia el frente, hacia Omega.
—Estimados colegas de la Alianza Galáctica, distinguidos miembros del Alto Mando Unido. En estos momentos me encuentro dirigido en camino a Omega como único pasajero de la nave experimental Tíndalos y por ello no puedo ser detectado por ningún tipo de tecnología de reconocimiento conocida públicamente.
El comandante Kalzar, de haber podido físicamente llorar, tendría pequeñas lágrimas cayendo entre la gelatina verdosa que envolvía su piel.
—Por mucho tiempo he creído y tenido fe en los principios de cooperación y justicia que la Alianza es conocida en promover en todos los cuadrantes. Pero descubrimientos recientes de acciones ilegales de eugenesia y genocidio, acciones que ha llevado a la extinción a razas consideradas problemáticas por ciertas administraciones incluyendo la vigente, me han demostrado que, a pesar de lo correcto que sean sus ideales, sus acciones no tienen justificación. Es por ello que oficialmente dimito de la Alianza.
Hizo una pausa. Ya había saltado lo suficiente hacia atrás para salvar Kappa Epison-4 pero todavía estaba demasiado lejos de las coordenadas de Omega…
—Me he adueñado de Tíndalos en nombre de mi pueblo y los miles de pueblos que la Alianza ha destruido, esclavizado, mutilado y humillado en todos los siglos que tiene Omega en este cuadrante. Planeo usar la nave en su máxima potencia para crear un desgarre espacio-tiempo que destruirá a Omega tanto en el presente como en el pasado. La tecnología de la Alianza por primera vez no para oprimir sino para liberar. Ya no…
—Grabación detenida. Tres naves de reconocimiento se aproximan.
—Visualización de ruta.
En la pantalla se mostraba un modelo tridimensional del espacio que rodeaba Omega. Tíndalos era un pequeño punto amarillo en el centro y tres pirámides rojas eran las naves de la Alianza que se aproximaban. Se debieron haber dado cuenta en el futuro de sus atajos espacio-tiempo. La próxima vez, sería más cuidadoso y no se molestaría con explicar sus razones. No había ya necesidad justificarse ante nadie, excepto él mismo. No deberá dejar pruebas. Eso sí, había llegado más lejos que otras veces, así que no había necesidad de ir tan atrás. Pero al mismo tiempo, mientras más atrás iba, estaba más seguro.
—Tíndalos, comando, inicie protocolo “Sombra interminable”. Avance: cuarenta minutos estándar. Retroceso: Aleatorio. Ejecutar.
El comandante Kalzar cerró los ojos. Ya se había acostumbrado a esa sensación. Esa manera en que su cuerpo, junto al puente y el resto de la nave, se desintegraba en mínimas partículas y era succionado al centro de masa de Tíndalos. Se imagina que así debe sentirse la muerte. ¿Cuántas veces ya había saltado? ¿Cinco? ¿Cincuenta? ¿Importaba? En esos instantes intentaba aferrarse a sus primeros recuerdos pero éstos, junto a todo lo demás, se desvanecían por un breve momento hasta encontrarse de nuevo consigo mismo. Cuando reaparece, es él mismo pero en otro tiempo y su mente sabe qué ha pasado y lo que debe de hacer. O al menos eso cree.
—Tíndalos, hora y fecha estándar de la Alianza. Ejecutar.
—Año 3011. Semana siete. Día uno. Hora diecisiete. Minuto cuarenta y ocho.
Abre los ojos.
Éste era el día más importante de su vida, el día para el cual se había preparado por media existencia y que había vivido cientos de veces en su mente desde su graduación. Cada día es el día de tu muerte, le decían sus instructores en aquel entonces, pero un día será cierto.
Cada vez más cerca de su meta.
El comandante Kalzar se admiró una vez más en el espejo de su cabina: su uniforme de la Alianza Galáctica era de un pulcro azul oscuro, su piel era de un verde brillante y orgulloso y los guantes blancos amoldaban sus delicados tentáculos en unas rígidas manos sintéticas.
La primera vez que usó uniforme, recuerda muy bien, fue cuando se graduó de la Escuela de Oficiales de la Alianza Galáctica en Omega, uno de los planetas con nombres genéricos usados para adiestramiento y administración a lo largo de la galaxia. Debía ser la ocasión más alegre de su vida, pero no lo fue. Todavía recuerda estar parado con su uniforme de gala junto a la otra treintena de Unalak, hijos de la élite que estudiaban en Omega, en las oficinas privadas del Rector Mbutu, cuando él personalmente les informó con total consternación sobre lo que había pasado.
Al principio se sintieron incrédulos, luego desconsolados, por mucho tiempo llenos de ira. Con los años simplemente reinó la impotencia y la resignación.
El comandante Kalzar dio media vuelta, se paró ante la escotilla de la cabina y siguió con la firmeza de quien sabe que se dirige a cumplir su destino.
—Tíndalos, tiempo aproximado para llegar a Omega. Ejecutar.
—Tiempo aproximado: Dos días, dos horas y cuarenta y un minutos estándar…
© 2017 José Eduardo González Vargas
Esta obra se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional. La imagen que acompaña esta publicación fue descargada de PIXABAY y es de dominio público.
Conversación en la Forja
No hay comentarios.
Publicar un comentario