CUENTO: Los Mil-y-un, ¡buenas noches!, por Mauricio Absalón

La Tierra ha muerto y su renacimiento está planeado. Los Mil-y-un humanos están listos para bajar de la nave que los ha mantenido vivos mientras el proceso se cumplía en el planeta. Pero hay un pequeño problema que no ha sido solucionado y requerirá algo de “creatividad” de parte de los protagonistas.



- Veni, vidi, vici -
Cayo Julio César


Los Mil-y-un humanos regresaron a la Tierra en su nave relativista, quince años después —para ellos— de haberla abandonado, pero varios cientos de años desde que partieron de acuerdo al tiempo de la Tierra. Orbitaban el planeta preparándose a bajar, cuando algo los golpeó, causando un ligero estremecimiento en la estructura de la nave. En uno de los dormitorios, Sebastián se quitó los audífonos que, conectados a su multilector portátil, reproducían el audio de una vieja película cómica. Sintió apenas el final de la vibración que corría por la estructura de la nave. No notó nada extraño, se puso los audífonos y volvió a ver su pantalla. Comenzó a reír, tapándose la boca para no hacer escándalo. El multilector y la película eran contrabando.

—Nada grave le pasó a la nave, sólo un rasguño —diría la Comandante en la asamblea con los mil Representantes, tranquilizándolos—. Pero algo tenemos que hacer con esa basura flotante —pensó.


Habían abandonado la Tierra cuando casi no quedaba nada de vida en ella. La mayoría de las especies iban a extinguirse por el abuso cometido contra el planeta. Lo último había sido terrible; nubes radioactivas, invierno nuclear y la liberación de un virus que volvió estéril a la especie humana, desapareciéndola en tan sólo una generación.

Poco antes de irse, habían organizado un plan de tres acciones principales:

1) Dejarían a las máquinas a cargo de la reconstrucción del planeta.

2) En la nave viajarían representantes de todas las formas del pensamiento humano.

3) Se eliminaría todo vestigio de la antigua humanidad en el planeta.


Las mismas máquinas que se habían usado durante las guerras, se utilizaron en la construcción de la nave y en hacerle la vida mejor, en lo que se pudiera, a los humanos que quedaron en tierra y que nunca tendrían hijos. El último humano en todo el planeta fue cuidado en su vejez por un robot. Fue una ceremonia hermosa la de su entierro, pero ninguna máquina pudo derramar lágrimas. Una vez solas, comenzaron a reconstruir el planeta. La nave, con los Mil-y-un a bordo, tenía décadas de haber partido.

Cada máquina era como una muñeca rusa: un gran artefacto semi-inteligente que dentro tenía vehículos todo-terreno que dentro tenían pequeños aparatos especializados que dentro tenían microrrobots multifunciones que dentro tenían nanomáquinas moleculares.

Las máquinas se encargaron, durante la ausencia de los humanos, de reconstruir el planeta, salvando especies animales y vegetales, limpiando las aguas y el aire, eliminando todo rastro de destrucción y civilización, en un esfuerzo simbólico por comenzar de nuevo. Al concluir la encomienda humana, las máquinas se desmantelaron a sí mismas hasta las moléculas, en un procedimiento llamado decrecimiento geométrico.

La última máquina tardó varias décadas en perfeccionar una vacuna contra el virus de la esterilidad, después construyó un pequeño pueblo autosustentable para la vuelta de los humanos y, al final, esa máquina se autoconsumió.


Sebastián se había encargado durante el viaje de revisar diariamente los niveles g. Un complicado equipo mantuvo a los Mil-y-un cómodos en una gravedad artificial durante el viaje. Ahora que orbitaban alrededor de la Tierra, Sebastián se aburría, puesto que ya no era necesario revisar los sistemas. Pasaba la mayor parte del tiempo escondido en la sala de mantenimiento mirando la vieja colección en DVD que le perteneciera a su padre.

La nave era básicamente un gigantesco —y muy feo, según la Comandante— cono que usaba la energía de todas las armas nucleares que no se alcanzaron a disparar durante las guerras. Había acelerado la mitad del tiempo acercándose a la velocidad de la luz. La otra mitad del tiempo la ocupó en frenar. Quince años duró el viaje en una amplia circunferencia por el espacio. Pero el viaje no había sido en círculos, los Mil-y-un llegaron al futuro.


El día indicado celebraron en el auditorio a bordo de la nave: las observaciones preliminares indicaban que todo el plan había resultado. Un hogar los esperaba, la posibilidad de empezar de nuevo. La Comandante tomó un micrófono y pidió la atención de los otros mil Representantes:

—Estamos listos para bajar. Como saben, una vez en la Tierra y, de acuerdo con nuestro plan, los transportes regresarán a la nave y ésta permanecerá en órbita por si, esperemos que no, algún día la necesitáramos. Una vida diferente nos espera abajo.

Mil voces vitorearon el discurso.

—Sin embargo, antes de que bajemos, nos queda algo por hacer.

Mil voces guardaron silencio.

—Recordarán que recién orbitábamos la Tierra, golpeamos un objeto —dijo la Comandante. Tuvo que continuar rápido al ver la cara de angustia en los Representantes—. No se preocupen, no pasa nada malo. Sólo que lo que golpeamos es algo que se nos olvidó solucionar antes de marcharnos, hace quince años. Me parece que estábamos demasiado preocupados en ese momento para darnos cuenta. Verán, la Tierra está rodeada de basura: toneladas de satélites inservibles y otros aparatejos flotan alrededor del planeta. La nave podría recibir algún impacto mucho más grave que el que experimentamos hoy. La idea es que la nave dure mucho tiempo en órbita, para el remoto caso de una contingencia. No la podemos exponer.


Los Mil-y-un se pusieron a pensar, tenían seis horas, según lo planeado, para bajar y nadie, absolutamente nadie, quería retrasar el descenso. Hicieron mesas de trabajo y propusieron varias soluciones. Era muy complejo recuperar la chatarra espacial y su nave no estaba construida exactamente para maniobras de alta precisión. No tenían tampoco modo de cambiar las órbitas de los satélites para que se desintegraran en la atmósfera. Activar el escudo protector de la nave, diseñado para evitar contactos con partículas a altísimas velocidades, produciría demasiada luz y radiación, como un pequeño sol en órbita. Fue muy difícil buscar soluciones, ahora que estaban renunciando a las viejas tecnologías y la contaminación.

Todos se volvieron a reunir en el auditorio al cabo de dos horas con algunas propuestas.


En la gran pantalla fueron analizadas algunas de las posibles soluciones, ninguna los convencía. Sebastián se levantó al final de la sesión y pidió la palabra; estaba nervioso y ni siquiera tenía un plan, apenas una idea que se formaba en su cabeza.

La Comandante le dio el micrófono, mil pares de oídos aguardaban.

—Soy el Representante J. S. M. 0472. Sebastián, así me llamo.

Quienes no lo conocían bien, que eran pocos, buscaron con la clave la información en sus terminales de pulsera. “J. S. M., Representante de la comedia y el humor”. ¡Claro!, recordaron varios. Es el que cuenta chistes en el comedor.

—Miren, no sé si sea una buena idea. Pero, para exponérselas, necesito que vean algo primero —dijo Sebastián, mientras sacaba de una mochila su multilector de medios. Un rumor recorrió el auditorio cuando los Representantes vieron el aparato de contrabando. La Comandante se acercó a Sebastián, lo miró a él y después al aparato, negando con la cabeza.

—Contrabando —señaló ella—, sabes que tendré que confiscarlo. El nuevo mundo no necesita de eso… Pero será después, ahora muéstranos tu idea.

—Bueno, primero necesito que se relajen. Al finalizar el audiovisual, les platicaré cuál es mi propuesta en sí.

Sebastián conectó su multilector a la pantalla del auditorio, ajustó la salida de audio y buscó en su mochila un DVD.

—Éste funcionará —dijo para sí, mientras cruzaba los dedos.

Algunos rieron desde el principio, otros quisieron aparentar que no les parecía gracioso pero conforme avanzó el show se relajaron y soltaron algunas risitas tímidas. A un par no le causó la más mínima gracia. Uno de ellos era el Representante de las Artes Cultas (que era muy bueno fingiendo sus emociones verdaderas). La otra persona era la Comandante, que se metió a un baño, se cercioró de que estuviera bien cerrada la puerta y sacó un Marlboro de su bolsillo.


Afuera del baño, en el auditorio, las carcajadas aumentaban.

Cuando Sebastián comenzó a hablar, algunos Representantes se habían olvidado del motivo para estar reunidos. La idea fue acogida con gusto; incluso el Representante de las Artes Cultas felicitó a Sebastián. Se pusieron a trabajar en el plan.


Mientras aspiraba con verdadero placer el humo del cigarro, la Comandante meditó sobre lo mismo que había pensado en los últimos quince años. En el plan original se habían considerado no apropiadas muchas cosas para la nueva humanidad, pero por otra parte estaba la libertad y… ¡Bah! La Tierra era de nuevo un lugar inmenso para vivir. Los Mil-y-un habitantes del planeta deberían ser libres. De todas formas, no los podría controlar una vez abajo. Ya en la nave había decomisado muchas cosas que ella misma consideraba inofensivas. Después de quince años, la paranoia de la destrucción había cedido.

Salió del baño rumbo a su habitación, con el cigarro en la mano —sin importarle que la vieran fumar— para buscar las cosas que había decomisado. Las devolvería. Incluso el juego de Tetris, con el que se relajaba durante las guardias en la cabina de la nave. El whisky… ése ya no podía devolverlo, pero seguro se las ingeniarían para destilar alcohol una vez estuvieran en la Tierra.


—¡Ponlo otra vez! —le pedían a Sebastián. Faltaban dos horas para bajar a la Tierra. La solución había sido fácil, los transportes llevarían poco a poco los satélites a la superficie del planeta. Allí, para evitar que contaminaran la superficie, los reciclarían artesanalmente.

—Está bien, lo pondré —dijo Sebastián cuando vio a la Comandante repartiendo cosas entre los Representantes.

Todos se sentaron a ver a Les Luthiers en la pantalla, rieron mucho. Quince años de espera, frustración y algo de miedo explotaron en risas casi esquizoides con la promesa del nuevo mundo y la interpretación de “La payada de la vaca”.


Y así, la nueva humanidad se asentó en el planeta. Y el primer uso de reciclaje que se le dio a la chatarra espacial fue la fabricación de instrumentos musicales, tales como los utilizados por Les Luthiers. Los curvos gajos de antenas se convirtieron en contrabajos, grandes secciones de tuberías de todos los tamaños y materiales se tornaron en infinidad de instrumentos de viento. Incluso los pequeños tornillos se utilizaron: Sebastián organizó un baile con maracas (de tornillos) alrededor de una fogata en la primera noche en la Tierra.

El Representante de las Artes Cultas fundó y dirigió una orquesta lúdica.

La Comandante le cedió el liderazgo del grupo a Sebastián, quien lo tomó con humor. Después encendió un cigarro y se sentó a ver el anochecer. Aquel punto brillante que parecía una estrella ya no se le figuró tan feo. Después de todo, confiaba en que nunca más usarían la nave.

—¡Buenas noches, Carla! —le dijo alguien que pasó por ahí. Hacía quince años que no la llamaban por su nombre.

© 2007 Mauricio Absalón
© 2007 Jorge Vilá (ilustración)

Esta obra se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Conversación en la Forja

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