Pelo ensortijado. La coronilla opaca por la suciedad. Barba desprolija de varios días que ocultaba un poco las estrías de suciedad del cuello. La camisa brillante de grasa con la inconfundible aureola en la zona de las axilas. Miguel Chapa Benítez caminaba contento por 25 de Mayo, una de las calles más comerciales de Morón de principios de los cincuenta.
—Chapa —escuchó de pronto—, lo pesqué con las manos en la masa. Entréguese.
Vio cómo el policía, vestido impecablemente, bajaba de la patrulla. Justo el mismo que lo había encerrado la última vez. No había caso, su mamá tenía razón cuando le decía: “Cuando un pobre se divierte, hasta el culo se le ve.”
—Oficial —dijo el Chapa—, no es lo que usted cree. Ya dejé de robar hace tiempo.
—No me haga perder tiempo, Chapa, los dos sabemos que usted no se corrige más. A ver… a ver… qué lleva en esa caja. —El policía no esperó que el otro actuase y abrió la caja—. ¡Ja! Lo que me imaginaba. ¡Una radio nueva! A ver la factura de compra, rápido que no tengo todo el día.
El Chapa no obedeció de inmediato. Se agachó a ver quién venía en la patrulla y sonrió con esa boca casi sin dientes.
—No tengo factura, oficial, es un regalo.
—Mire, amigo, somos grandes y nos conocemos. Usted se mueve con compañías que no tienen ni dónde caerse muertos, mire si le van a regalar una radio. Y nueva, sin uso.
El chapa comenzó a descansar en un pie y luego en otro, balanceándose. Se mordía la boca y el ojo izquierdo guiñaba en un tic constante.
—Es cierto... Es cierto, oficial, me lo regalaron, tiene que creerme.
—¡Bueno, basta! ¡Terminemos acá! ¿Quién se lo regaló?
—Eee… este… ¡Papá Noel!
El policía no pudo evitar una mirada hacia el interior de la patrulla, pero era tarde. De adentro del automóvil emergió una cabeza por la ventanilla. Una cabeza amada.
—¿Por qué al señor le vino antes Papá Noel?
—Y… —El oficial dudó—. Qué sé yo… será porque el señor es pobre. ¡Claro! Eso debe ser. Papá Noel a veces llega antes cuando la gente es muy, muy pobre. —Con un empujón amoroso, volvió a meter dentro de la patrulla a esa cabeza que para él representaba todo en la vida y se dio vuelta hacia el otro—. Puede irse, Chapa, pero ésta no queda acá.
—Sí, oficial, gra… gracias.
Una vez que el Chapa se fue, el policía entró al coche y abrazó a su acompañante:
—Hijito, vos sabés que papi te quiere mucho, muchísimo, pero es la última vez que le hago caso a tu mamá. ¡Vos no paseás más en la patrulla!
© 2006 Ricardo Germán Giorno
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Conversación en la Forja
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