CUENTO: A imagen y semejanza, por Tanya Tynjälä

¿Por qué nunca estamos satisfechas con nuestra apariencia? ¿Es acaso esta insatisfacción lo que define a nuestro género? Yo sé cuánto Victoria detesta que hable de género, yo lo sé. Pero ella tiene que aceptar la validez de mis interrogantes. Por más que ella insista en la evolución de los tiempos, en la muerte de los grandes discursos, en lo obsoleto de las dualidades, yo necesito saber qué soy, definirme. ¿Me convierte eso en menos mujer, menos humana? No lo creo.

Tampoco lo creen mis amigas, ésas que Victoria desprecia por estar tan obsesionadas por la apariencia como yo. Frívolas, conformistas, subordinadas, y no sé qué más adjetivos usa para definirnos. Ella no se preocupa por su apariencia, y si yo tuviera su prístina belleza tampoco lo haría. Pero lamentablemente yo no fui hecha a imagen y semejanza de quien me creó.

Victoria debería entender que todo lo hago por ella. Si quiero ser físicamente perfecta es para ella. Siento que esa es mi misión en el mundo: buscar la perfección que se merece y nada me detendrá hasta cumplir con mi objetivo.

A decir verdad es ésa la principal razón por la que busco la compañía de estas amigas. Ellas saben todo: desde las últimas cremas, los últimos tratamientos no invasivos y las innovaciones quirúrgicas. Hay las que prefieren métodos más naturales como ácido hialurónico o retino, las que juran por una buena dosis mensual de botox o las que usan solo los productos y servicios del Dr. Sebagh, para luego decir en público que todo se debe a sus buenos genes.

Muy pocas te confesarán sus trucos. Pero hay maneras de conseguir información clasificada “top secret”, como si se tratara de algo que podría provocar la tercera guerra mundial. Las que pertenecemos al “círculo cerrado” tenemos derecho a compartirnos los secretos.

Es por eso que hoy preparo un té especial para Sophia (“con PH, querida, por favor”), para que ella me diga el secreto de sus bellas manos a cambio de presentarle a mi cirujano, que ella insiste en llamar “cirujano plástico”.

Sophia y todo su PH llegan y de inmediato inundan el ambiente con el nuevo “Poison”, sus Loboutin marcan la alfombra (seguro que Victoria se enfadará al descubrirlo). La noto comparar mi ropa con la suya, la firmeza de mi piel, la estrechez de mi cintura. No la culpo, yo hago lo mismo, sobre todo en cuanto a sus largos y elegantes dedos, esas manos que se han convertido en mi última obsesión.

Entre sorbos de té me habla de los tratamientos de parafina, de las manicures, de esmaltes orgánicos. Yo ignoro todo lo que dice, solo espero que el narcótico haga efecto. Estoy segura que no se dio cuenta de lo que sucedía; aún dormida seguía hablando, revelando sus preciados secretos, esos que ella jura defender con su vida. Ya lo veremos.

Es mi turno: le presentaré a mi cirujano.

Cuando uno despierta atada a una mesa de cirujano, tarda un poco en darse cuenta de la situación, el miedo viene poco a poco, hasta convertirse en verdadero terror. Yo lo sé muy bien… Quisiera evitarle el dolor a Sophia, pero no puedo. La carne debe estar viva para que el trasplante funcione y ningún químico debe encontrarse en la sangre. Es por eso que tengo que esperar a que despierte por completo, es por eso que no puedo aplicarle ningún anestésico. Ése fue el error que el ancestro de Victoria cometió al crear al primer “monstruo”. La primitiva combinación de química y alquimia demostró ser un fiasco total.

Aunque quiera, Sophia no puede moverse. He desarrollado un método perfecto para sujetar a mis forzados donantes. Procedo a cortar las manos, siguiendo la técnica desarrollada por mi amada Victoria, la misma que le valió la expulsión de esa prestigiosa escuela médica. He aprendido a mantenerme serena ante los gritos de dolor, ante los ruegos e insultos, “monstruo” es una palabra que me define, jamás me sentiría ofendida al ser llamada así. Ser un monstruo es lo único que me hace a imagen y semejanza de mi creadora.

Una vez que las manos descansan en sus respectivos recipientes de solución a 8 °C, las inyecto con el inmunosupresor, otra creación exclusiva de Victoria. A pesar de su juventud, ella le hace honor a su nombre. Su famoso ancestro estaría orgulloso al ver lo que ha logrado. Yo soy la prueba viviente de su genialidad… aunque no sé si “viviente” sea la palabra correcta.

Es solo entonces que puedo terminar con el dolor de Sophia. Primero le aplico tiopentato de sodio y se duerme en segundos, seguidamente bromuro de pancuronio que relaja sus músculos hasta prácticamente dejar de respirar, finalmente cloruro de potasio y su corazón deja de funcionar. Es la técnica que utilizan los países que aún practican la pena de muerte.

Luego viene lo difícil: injertarme las manos. Empiezo con la izquierda, porque evidentemente me resulta más fácil. Una de las ventajas de haber sido creada en laboratorio es la ausencia de nociceptores, es decir que no siento dolor. Me corto sin problemas la mano, aplico las placas correspondientes en el hueso, con ayuda del láser suturo nervios, venas y arterias, finalmente con el mismo láser literalmente “borro” las cicatrices. La mano derecha me toma más tiempo, soy diestra y hacer este tipo de operación tan delicada usando la mano no dominante es más que complicado. No quiero cometer un error que me haga recomenzar todo desde cero, prefiero ir lento pero segura.

El resultado final me deja satisfecha. Mis manos son ahora largas y elegantes, tal y como lo quería. Me vendo las muñecas y procedo a colocar el cuerpo de Sophia en el gran tanque lleno de ácido que preparé anticipadamente. Mis nuevas manos están aún muy débiles y me cuesta un esfuerzo extra mover la camilla. Al fin puedo asearme, cambiarme de ropa y esperar a que Victoria vea mis manos, que al fin de cuentas son para satisfacerla. Ella que me creó con los restos de sus antiguas amantes, ella, cuyo único afán era tener a su mujer perfecta: Yo.

© 2016 Tanya Tynjälä

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Conversación en la Forja

5 comentarios

  1. :O Que buen cuento! Mary Shelley estaría orgullosa! :D compartiendo para deleite de los demás!

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  2. Muy, pero muy interesante!
    La versión femenina y mejorada de "Frankestein"

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  3. Genial. Lo leí oyendo "Liebestraum" de Liszt (fue de casualidad, nunca antes había hecho algo así). Oir el piano te lleva a pensar en las manos... Resultó ser un acompañamiento excelente para el horror final, con el piano sonando suavemente...

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  4. Es un relato tan sugerente, como fascinante y perturbador. Mis respetos a la autora.

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