CUENTO: Bela Lugosi está muerto, por Víctor Drax

La amaba. Amaba su cuerpo, su aroma, sus ojos. Su boca. El modo en que, después de beber de él, levantaba el rostro hacia el cielo y parecía ahogarse, un acceso orgásmico donde su inexistente respiración gemía por renacer. Amaba sus hombros, sus pequeños senos, el arco de su espalda, así, como estaba ahora, de plena desnudez ante el espejo.

—Bela Lugosi no tenía reflejo —dijo él desde el suelo.

Su dueña sonrió. Tenía un abrecartas en la mano y se limpiaba las uñas.

—Las películas mienten.

Cuando se presentó ante él por primera vez no pasaba de ser la cliente de rasgos afilados. Ahora no sabe si él trató de seducirla como los hombres a las mujeres, o si fue ella la que lo hipnotizó como la víbora a su presa. El romance, por ponerle un nombre, llevaba dos meses y Bastien se preguntaba si alguna vez ella sintió placer en la carne, o si era una forma de llegar a la sangre.

No importa, se dijo. Soy suyo aunque me mate.

—Tengo algo importante que pedirte.

Silencio.

—Quiero ser como tú.

Ella rió y contemplando su sonrisa lupina, la entendió (aunque no la aceptó) como la depredadora que era.

—He estado ayudando a gente a escapar de Francia —dijo Bastien—. Coordino con un amigo y les damos identidades nuevas, no sólo a judíos. Arrestaron a mi amigo. Edelweiss vendrá por mí.

—Y piensas que ser un vampiro resolverá todo. ¿Cuál es tu plan, Fantomás?

Los días transcurrían en monótono sepia, esperando a que la noche volviera y la belle dame sansmerci cruzara el umbral del café. La sociedad rumoreaba que el dueño del Café Renard era adicto a la morfina. Si tan solo supieran.

—Hacerme el muerto —dijo Bastien—. Huir contigo.

No era la primera vez que trataba de tener esta charla. Dos noches atrás la recibió en el café, donde sabía que ella lo buscaría, por amor o por sangre, si es que existe diferencia. Edelweiss investiga mis amistades, algunos han sido arrestados. Me fusilará, quiso decir. En vez de eso, la llevó a la oficina y la besó, un beso que representara al fuego en su pecho y en su entrepierna, enfrentado al hielo en su boca. Como besar a una muñeca que hunde la mano en tu cabello y lo contiene en un puño. Ella le lamió el cuello, le abrió la camisa, le mordió el pecho. Bastien explicó todo en cinco segundos y sólo en su cabeza. Le arrancó el vestido bajo el que no había sino piel. Se grabó su geografía en las manos y ella bebió de su pecho, de sus labios. Sólo la liberación del orgasmo le dio a él la claridad que necesitaba, pero entonces estaba débil. Mirando a la luna por la ventana, se durmió.

—No seas ingenuo.

—¿Qué harías tú?

—Nada, porque no lo habría intentado. Olvídate de ser un vampiro.

—Ni siquiera sé quién eres, ¿has pensado en eso? Te presentas en mi café y noche a noche me dejas un poquito más muerto. Permito que me mates, te entrego mi vida. Lo triste es que no sé ni de dónde vienes…

—Nací en 1815. Quisiera decirte que fui una aristócrata en desgracia; la verdad es que mi madre se prostituía, como su madre antes que ella y como me tocaría a mí. Estás enamorado de una puta de tercera generación.

“Una Oliver Twist casera, me quedé en la habitación que Leonor rentaba y trabajé fregando el piso, lavando ropa, mendigando. Algunas noches Leonor estaba, otras no. Cuando otro inquilino le preguntó cuánto quería a cambio de unas horas conmigo, ella, mi dulce madre, contestó ‘300 francos’. Regatearon. El hombre fue muy claro en que yo no valía la tarifa. Nunca olvidaré esa tarde, el olor de la estufa, la tos del vecino. No sabía qué estaban negociando, pero ya me enteraría.

“Huí, por supuesto. El amante habitual de Leonor era un gendarme, Jean Maximilien. Todas las veces que me fugué, él me encontraba. Leonor repetía que me quería ahí porque había mucho qué trabajar, pero todavía pienso que se sentía sola. A veces me quedo viendo a los niños que corren por las plazas en esta, la Francia Nazi que tanto odias, y los envidio. Ellos aún pueden jugar, para ellos existe la infancia. Para Leonor yo nunca fui una niña.

“Escondí mi primera regla por tanto tiempo que me llevaron a un doctor. Le supliqué que no dijera nada, pero Leonor podía ser persuasiva y así me uní al negocio familiar. Tenía catorce años, parecía de dieciséis. Cinco meses después de mi primera noche en la calle, me apuñalaron para robarme. ¿Has visto las cicatrices? Aquí. Y aquí. La maldición me arregló los dientes, pero no las malditas cicatrices.

“Leonor desapareció cuando yo tenía diecisiete. Lloré. Lloré hasta que me echaron de la habitación, así que me fui a donde Jean Maximilien y le expliqué, Leonor se ha ido pero si ella nunca quiso vivir contigo, yo sí soy capaz.

—No tienes que contarme más…

—No, sí tengo. Tuve una hija con él. Primero la niña, luego el varón y ambos trabajaron en la fábrica de zapatos con su papá. A él lo expulsaron de la gendarmería por robar, por chantajear. Todos los gendarmes lo hacían, él sólo tuvo mala suerte.

“No vi venir a Lothar ni intuí su naturaleza sino mucho después de empezada la relación. Era un hombre que nunca me hubiese atraído: Corpulento, alto, barba poblada, cejas gruesas. No era su dinero, ni la valentía con la que lo presumía en la París nocturna. Sus labios muertos me besaban hasta hacerme sentir viva y cuando me tenía desnuda sobre la cama, sentía que por primera vez algo bueno me estaba pasando.

“Ahora sé que me enamoré de él, pero también lo hacía por Pauline y Marius. Les compré ropas bonitas, les daba pan todos los días y carne dos veces a la semana. Esperéque Jean me gritara hasta saber cuánto me estaban pagando y quién, pero lo llevó con más sabiduría que la que alguna vez le imaginé. Mirábamos a los niños jugar con el perrito y contarse historias y la vida, en ese suspiro, tuvo sentido. Bailaba en el funeral de mi futuro.

“Lothar bebió de mí, abrazándome. Desfallecí, algo que nunca había ocurrido. El mundo se fue apagando sin yo entender por qué; morí en sus brazos, caí sobre la cama como testamento al único modo en que termina el coqueteo con la noche. Si la idea de matar te perturba, vas a odiar ser un vampiro. Beber se convierte en lo único de importancia y dejarse hipnotizar por el calor, el sabor y la fruición es hasta natural. Te vas a cuidar pero tarde o temprano fallarás y alguien morirá en tu beso. Llorarás, gritarás y volverá a pasar. Cada vez será más fácil.

“Lothar no pudo dejarme ir. Volví a casa la primera noche del tercer mes, la primera vez que vi a Jean angustiado por mí. Lo acompañé en dolor con excusas y mentiras. ‘Nos abandonaste’ dijo y cuando traté de abrazarlo, me empujó. Podía escuchar a los niños llorando, sabía que nos miraban por la ventana. Jean pretendió que era su orgullo el herido, pero hablaba de preocupación, de soñar conmigo. Lloré y él se espantó. No comprendí hasta secarme las lágrimas, dejando un rastro rojo sobre mis mejillas.

“Huí. Maldije a Lothar por no dejarme morir.

“—Imagino que fuiste a verlos —dijo al volver a casa—. Te advertí que los olvidaras.

“—Prefiero quemarme. Pensé que…

“—¿Que esto sería tan sencillo como cambiar de horarios? Déjalos ir. El amanecer llegará pronto y si te entregas, serás la criatura más desgraciada que ha muerto desde que Caín inventó el asesinato.

“Me manipulaba con lo que yo quería oír; sospecho que utilizó su persuasión sobrenatural para mantenerme controlada. Así es como los vampiros se reproducen. La soledad degenera en esclavitud.

“Para este punto yo bebía sangre todas las noches. Traté de venderme pero la ansiedad creció de tal forma que me era mucho más fácil asaltar a los incautos. Lothar tenía más autocontrol. Se levantaba con el anochecer y pasaba horas acicalándose. Yo necesitaba beber tan pronto despertaba. Como morí por accidente, era cuidadosa de no dejarme llevar. Como dice el libro del irlandés, ‘La sangre es vida’. Mientras bebes, se te olvida que perteneces a la penumbra.

“Parecía un personaje de Polidori, una criatura gótica mirando por la ventana a una familia que la expulsó. ¿Qué más hacer con mi eternidad? Pensé en dejarles dinero sobre la mesa, pero sabía que si lo hacía, Jean Maximilien estaría siempre atento a mi retorno. Él salía de noche y era entonces que me recibían los niños. Callaba el deseo de llevármelos para siempre bajo algún teatro que nos permitiera continuar como antes. Les hacía prometer que ni una palabra de esto a papá, sabiendo que ellos estarían a salvo de mí siempre que los visitara con la barriga llena.

“—Vas a parar mal —me decía Lothar.

“Jean Maximilien llevó a otra mujer a la casa. Yo quería que él fuera feliz, pero esa noche aparecieron borrachos y era obvio que se conocían desde hacía mucho. Pude irme como siempre. Pero me quedé.

“—Babette —dijo—. Ésta es mi ex mujer.

“Ella saludó sirviendo un trago, sin verme a los ojos.

“—No traigas mujeres a donde los niños puedan ver —dije.

“—Nos han visto muchas veces. Tú tienes a tu caballero misterioso y yo tengo a mi florecita.

“—¿No nos conocemos? —dijo ella y ese fue el momento en que debí dejarlos. Como una estúpida, esperé a que la comedia alcanzara su lógico fin.

“—No creo.

“—Claro que sí —volvió ella—. La puta.

“En otra vida la hubiese insultado, pero sin fuego por dentro los acompañé con otra sonrisa hipócrita. Me volví y Jean avanzó a zancadas, me tomó la muñeca.

“—No te vas a ir a donde ese tipo.

“Me solté.

“—No me toques.

“—¿Qué te crees? Nos abandonaste, Avril, porque eres una vendida y siempre lo has sido.

“—Así son todas las putas —dijo la idiota.

“Apreté el puño. Abrí la puerta. Él la cerró.

“Recuerdo escenas de lo que pasó después. Sé que grité. Que esta vez lo empujé yo, lanzándolo al otro extremo de la habitación. Los niños se asomaron y vieron que mamá tenía la espalda arqueada, el cabello erizado y gruñía como una criatura de ojos rojos. Babette gritó. No la mordí para beber; le abrí la garganta con los dientes. Me llené la cara con su sangre y sujeté su rostro ante el mío, para que fuese lo último en ver antes de perecer.

“Pero con su muerte la ira no se extinguió.

“Me presenté ante Lothar bañada en la sangre de los que amé y se convirtieron en mis primeros muertos. Él entendió todo con un vistazo y supe que la razón de por qué habíamos vivido como lo hacíamos era porque él se esforzaba en mantener un bajo perfil. Ahora debíamos huir.

“El objeto de tu amor es una puta que mató a sus hijos y se obliga todas las noches a vivir porque es el castigo que merece. Voy a visitar al capitán Edelweiss, Bastien. Lo sacaré del juego e incendiaré su oficina. Pero después de eso, me iré y no volverás a verme.

Avril se levantó de la cama. Recogió el vestido.

—No.

—Acéptalo.

—No, olvídalo todo. Quédate conmigo.

Ella se vistió.

—Avril, por favor. No estoy preparado para perderte.

—Y yo tampoco a ti. Por eso debo irme.

La criatura con piel de mujer flotó más que caminó hasta la puerta.

—Si te vuelvo un vampiro, te arrepentirás. Quizá no hoy, no mañana, pero pronto y por el resto de tu vida.

Con el fantasma de un beso, Avril abandonó a Bastien y nunca más se vieron.

© 2016 Víctor Drax

Esta obra se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional. La imagen que acompaña esta publicación fue descargada de PIXABAY y es de dominio público.

Conversación en la Forja

2 comentarios