ARTÍCULO: La sed de un planeta, por Cristóbal Pérez-Castejón Carpena

Visto a cierta distancia desde el espacio, nuestro planeta parece una deslumbrante esfera blanquiazul. Azul por el color de los mares que la cubren, blanco por los casquetes polares de hielo y las nubes de vapor de agua que surcan su atmósfera. La humanidad conoce a este “pálido punto azul” (frase acuñada por Carl Sagan) como “Tierra”, pero en realidad habría sido mucho mas adecuado llamarlo “Océano”. Más de las dos terceras partes de su superficie están cubiertas de agua. Y el agua ha jugado un papel fundamental en la historia y la evolución de este planeta, especialmente en relación a ese fenómeno que denominamos “vida”.



La vida en la Tierra esta presente desde la cima de las más altas montañas a las más profundas simas oceánicas. Puede sobrevivir a temperaturas extremas, alimentarse de ácidos y azufre, medrar en la misma boca de un volcán. Pero ninguna forma de vida conocida en nuestro planeta puede sobrevivir o podría haber evolucionado sin agua.

El hombre lógicamente no es una excepción a esta regla. Más del 60% de nuestro peso corporal es agua. Y si bien podemos permanecer más de cuarenta días sin comer, tras apenas cinco días sin beber morimos.

Pero el agua destinada a satisfacer nuestras necesidades fisiológicas es tan solo un ínfimo porcentaje del que se destina a usos agrícolas e industriales. La agricultura consume casi dos tercios del agua dulce que se utiliza en el mundo. Ingentes cantidades de agua se destinan a producción de energía, y, por ejemplo, para la fabricación de una tonelada de acero hace falta gastar de seis a diez toneladas de agua en el proceso.



El aprovechamiento de los recursos hídricos esta íntimamente relacionado con la historia de la civilización humana. El advenimiento de la agricultura durante la revolución neolítica generó una dependencia anteriormente inexistente respecto del régimen de precipitaciones. Los asentamientos humanos tendieron a situarse en aquella zona con unas lluvias regulares o en las orillas de ríos y lagos, donde el suministro de agua estuviera garantizado y permitiera los cultivos. Más tarde, en torno al cuarto milenio antes de Cristo la aparición de canales de regadío en Asiría y el valle del Indo produjo un crecimiento explosivo en el tamaño de la superficie cultivada. El agua pronto empezó a utilizarse no solo para el regadío sino también como fuerza hidráulica para mover molinos y batanes y para la construcción de sistemas de alcantarillado. Debido al crecimiento del consumo que esto supuso, cada vez hubo que traer el agua de más lejos y abordar obras progresivamente más y más complejas para su encauzamiento y almacenamiento. Sirva como ejemplo que en la época de máximo esplendor del imperio romano, la ciudad de Roma estaba abastecida por un conjunto de acueductos y otras obras civiles (incluyendo uno de los sistemas de alcantarillado más eficaces de la antigüedad) que garantizaba un suministro de agua por habitante comparable al de muchas ciudades europeas de hoy en día.

Mas tarde, durante la revolución demográfica e industrial de los siglos XIX y XX, se abordó la construcción de una ingente cantidad de obras destinadas a regular, explotar y redistribuir los recursos hidráulicos destinados a satisfacer una demanda siempre creciente. El resultado es que al menos en las ciudades de los países desarrollados, los avanzados sistemas de alcantarillado han desterrado la presencia de enfermedades tradicionalmente asociadas al agua, como el tifus o el cólera. Casi el 40% de la producción total de alimentos del planeta procede de campos de regadío, donde la utilización de técnicas de cultivo intensivo permite obtener varias cosechas al año. Y la quinta parte de la energía eléctrica que se consume en el planeta es generada por turbinas hidroeléctricas.

El problema es que, aunque parezca paradójico, en un mundo cuya superficie esta mayoritariamente cubierta por mares y en el que existe un complejo y eficaz ciclo natural para el reciclado y mantenimiento de este recurso, el agua es un bien cada día mas escaso. Y más frente a las necesidades industriales, de alimentación e higiene de una población humana en constante crecimiento.

Son muchos los factores que confluyen en este fenómeno. De entrada, casi el 97% del agua del planeta tiene un índice de salinidad demasiado alto para el consumo agrícola o humano. Del 3% restante, casi las dos terceras partes están almacenadas en el hielo de las zonas polares mientras el resto se encuentra atrapado en el subsuelo. Tan solo el 0,3% corre libremente por ríos y lagos.



Además, buena parte del planeta está sometida a un proceso de cambio climático a gran escala. Durante los últimos años se ha detectado evidencias cada vez mas sólidas de que el clima del planeta se esta calentando, entre otros factores debido a la liberación de dióxido de carbono por la actividad humana. Este calentamiento esta provocando cambios radicales en el régimen de distribución de lluvias y la desertificación de amplias zonas del planeta. De hecho, en un informe recientemente publicado por expertos británicos se estima que para el 2100 un tercio del planeta se habrá convertido en un desierto.

Por si esto fuera poco, el agua existente está mal distribuida. Actualmente hay más del 1000 millones de personas que no cuentan con agua potable limpia y 2500 millones que no tienen saneamientos adecuados. Y la situación no hace más que empeorar. Para el 2050 más de 66 países se verán afectados por una escasez crónica del líquido elemento.

En estas condiciones nuestra dependencia del agua entraña gravísimos riesgos incluso para nuestra propia supervivencia como especie. La producción futura de alimentos esta seriamente amenazada en un contexto de población siempre creciente y las ciudades y la industria compiten cada vez más agresivamente con los recursos hídricos destinados al campo. Es necesario por tanto tomar medidas radicales para garantizar a las próximas generaciones el uso de este preciado recurso.

Las fuentes tradicionales de captación y almacenamiento de agua dulce se encuentran prácticamente al borde de sus posibilidades de explotación. En estos momentos en muchos lugares del mundo se está abusando tanto de las mismas que los acuíferos se están vaciando más deprisa de lo que pueden rellenarse y los ríos durante buena parte del año no llegan al mar. Un ejemplo terrible de esto lo tenemos en el mar de Aral, que esta desapareciendo al haberse desviado el agua de los ríos que le alimentaban para consumo agrícola, provocando la extinción de numerosas especies en el proceso.

En este contexto la construcción de nuevas infraestructuras de este tipo no es una buena solución. Es cierto que mientras la población del mundo siga creciendo no podrán dejar de construirse presas y acueductos, especialmente en países en vías de desarrollo. Actualmente ya existen tantos canales, presas y embalses que la redistribución del agua embalsada genera un efecto perceptible sobre el bamboleo de la Tierra en torno a su eje. El problema es que cuando se construyeron todas estas presas no se tuvo en cuenta el impacto ecológico que las mismas tenían sobre el cauce de los ríos donde se situaban. Lamentablemente como consecuencia de ello muchas especies han visto peligrar seriamente su ciclo de vida y la acumulación de sedimentos en las presas no solo está restando capacidad a las mismas sino que también esta disminuyendo la fertilidad de los campos situados aguas abajo al eliminar la llegada a los mismos del limo transportado por el rio. Por tanto, en la construcción de nuevas presas habrá que llegar a un cuidadoso equilibrio entre las necesidades de las poblaciones urbanas y rurales siempre crecientes y el impacto de esas construcciones en el entorno. Pero buscar la solución a los problemas del agua exclusivamente en estas construcciones puede resultar un tanto utópico.

Más fácil resulta intentar conseguir un uso más productivo y eficaz del agua, optimizando el consumo y mejorando las estrategias de utilización. Por ejemplo, en muchos países las perdidas que se producen en las redes de distribución pueden llegar a alcanzar el 30% del agua transportada. Con toda el agua que se pierde en el abastecimiento de una ciudad como México DF se puede alimentar a su vez a una ciudad del tamaño de Roma. Actuar sobre este factor, desarrollando equipos de detección de fugas más eficaces y mejorando el mantenimiento de las tuberías y los sistemas de distribución puede aportar un ahorro considerable.

Otro elemento a tener en cuenta es el factor humano. En los países desarrollados, existe una fuerte tendencia a derrochar agua indiscriminadamente. En esas condiciones, la implantación de una serie de medidas educativas sencillas (cerrar los grifos, usar la ducha en vez del baño, optimizar el uso de las cisternas) puede ahorrar muchísima agua. Por ejemplo una campaña de renovación de instalaciones sanitarias en la ciudad de Nueva York ha permitido ahorrar de 250 a 300 millones de litros diarios. Y este verano una campaña de ahorro consistente simplemente en llenar las lavadoras a tope para cada lavado ha permitido ahorrar mas de cuatro millones de litros en España.

También tiene mucha importancia el desarrollo de técnicas eficaces de reciclado. En consumo urbano, la mayor parte del agua utilizada es de un solo uso: viene directamente del manantial al grifo y de ahí al desagüe, donde tras sufrir un costoso proceso de depuración vuelve a devolverse a la naturaleza. Sin embargo ¿por que utilizar agua de primera calidad en actividades como el regado de jardines o determinados usos industriales donde no es necesario que los requisitos de calidad sean tan estrictos? Reciclando el agua y destinándola a múltiples usos antes de deshacerse de ella se simplifica el proceso de depuración (al generar diferentes calidades para diferentes actividades) y produce un ahorro del consumo externo más que considerable. En Israel por ejemplo más del 70% de las aguas residuales municipales se tratan y se utilizan para el regadío de cultivos no alimenticios. Incluso con un procesamiento adecuado el agua puede volver a utilizarse para el consumo humano, con una calidad semejante a la de origen. En la capital de Namibia, por ejemplo, situada lejos de cualquier fuente de agua aprovechable, durante época de sequía hasta el 30% del agua enviada a los hogares procede de aguas fecales.

Pero el factor que sin duda puede llegar a ser crítico en el desarrollo de una estrategia viable de aprovechamiento integral del agua es la gestión de los recursos hídricos destinados a las actividades agrícolas, principal fuente del consumo de agua sobre el planeta. Por ejemplo más del 50% del agua destinada a regadío se pierde en su camino a los campos. Además, a nivel mundial la mayoría de los agricultores continúan regando sus campos por inundación, como en la antigua Asiría. Del volumen del agua utilizada por este método tan solo una pequeña fracción se absorbe por las plantas. El resto se pierde. En muchos lugares esta manera de proceder no solamente derrocha y contamina el agua, arrastrando a los acuíferos fertilizantes y pesticidas de difícil eliminación, sino que además degrada el suelo porque lo erosiona y lo saliniza.

El riego gota a gota supone una alternativa mucho más aceptable. Con este sistema apenas se derrocha. A diferencia del anegamiento, el agua llega directamente a las plantas en la cantidad requerida y se absorbe prácticamente en su totalidad. Este procedimiento, basado en una red de tuberías de baja presión instaladas justo a nivel del suelo donde el agua aflora a través de una serie de agujeros despacio y con regularidad, proporciona un nivel de humedad óptimo para los cultivos lo que a su vez se traduce en un incremento de las cosechas. Y, lo que es mas importe, reduce el consumo de agua de un 30 a un 70%.

Otra técnica que también produce un rendimiento óptimo es el uso de aspersores. Minimizando el tamaño del chorro para reducir la evaporación de la rociada y repartiendo el agua en dosis pequeñas a ras de suelo las plantas pueden absorber hasta el 95% del agua utilizada.

Además de actuar sobre la reducción de la demanda hídrica para usos agrícolas, también contamos con cierto margen de maniobra en el desarrollo, mediante ingeniería genética o hibridación, de plantas con menos necesidad de agua o capaces de utilizar suelos salinos o degradados en su crecimiento. Cualquier técnica destinada a aumentar de rendimiento de los cultivos mejora el aprovechamiento del agua al producir más alimentos por la misma cantidad de líquido elemento. Las variedades híbridas de arroz y trigo que se usan actualmente en muchos países fueron seleccionadas genéticamente para concentrar la mayor energía de la planta en los granos comestibles, lo que a su vez supone un uso más racional del agua consumida.

El problema es que aun reciclando la mayor cantidad de agua posible y optimizando los sistemas de riego y el consumo agrícola, la reducción del régimen de precipitaciones, el caudal de los ríos y los acuíferos subterráneos se traduce en muchas zonas del planeta en una escasez crónica. En estos lugares solo el recurso a fuentes alternativas de suministro puede ofrecer alguna posibilidad de aliviar la situación.

En nuestro planeta el agua coincide en sus tres estados fundamentales: sólido, líquido y gaseoso. El agua se encuentra en la atmósfera en forma de vapor. La lluvia, principal fuente de recursos hídricos en buena parte de la Tierra, procede de la condensación de ese vapor cuando se concentra en nubes.



Sin embargo, también existen otros procedimientos capaces de condensar la humedad del aire. En la naturaleza el fenómeno que conocemos como rocío tiene lugar cuando las gotas de agua se condensan sobre el suelo y las plantas en noches con tiempo tranquilo y claro, al transmitirse el frío del suelo al aire que esta en contacto con el y provocar la condensación.

Existen varios procedimientos destinados a provocar artificialmente la aparición de rocío. Por ejemplo en la isla de Lanzarote los cultivos de vid están situados en el fondo de hoyos poco profundos recubiertos de “picón”, una especie de gravilla volcánica. Debido a esto por las noches se alcanza la temperatura de condensación y el agua se escurre hasta las raíces de las plantas. La gravilla volcánica puede ser sustituida por pequeñas bolas de plástico que cumplen la misma función.

Así mismo, en determinados lugares como la costa de Chile o Perú donde se dan unas particulares condiciones climáticas que favorecen la aparición de nieblas, la vegetación ha evolucionado para nutrirse de agua a partir de la condensación de las mismas. Usando trampas de viento especialmente preparadas para soportar los vientos de la zona, consiguen recuperarse de la atmósfera cantidades apreciables de agua.

Los sistemas de condensación de rocío suelen tener un rendimiento más bien bajo. Mas éxito se esta teniendo la modificación artificial del tiempo a través de la siembra de nubes. Esta tecnología se remonta a finales del decenio de 1940, cuando se descubrió que las gotas de nubes sobreenfriadas podían convertirse en cristales de hielo al introducir en las mismas un agente enfriador como el hielo seco o el yoduro de plata. Desde entonces se ha llevado a cabo un gran esfuerzo investigador para entender plenamente y optimizar los mecanismos que intervienen en el proceso. Por ejemplo, en zonas áridas de Israel el sistema lleva utilizándose durante treinta años, habiéndose obtenido incrementos en las precipitaciones de hasta un 19%.

El yoduro de plata es una sustancia que esparcida en una nube actúa creando núcleos de condensación en torno a las cuales se condensa el vapor de agua. La pulverización tiene lugar en la base de la nube mediante un líquido muy caliente y concentrado. Conforme va ascendiendo, se va produciendo la condensación, las gotas son cada vez mayores y de más peso y termina produciéndose una reacción en cadena que se traduce en un incremento de las precipitaciones.

Este método también se usa con mucho éxito en la prevención del granizo, puesto que al aumentar la condensación también aumenta el numero de bolas de granizo, lo que redunda en que el diámetro medio de las mismas sea sensiblemente mas reducido.



La siembra de nubes es un procedimiento de reconocida eficacia, pero que sin embargo depende de unas condiciones climatológicas especiales para poder ser utilizado. Simplemente si no hay nubes que sembrar, no puede haber lluvia. En ese sentido pueden resultar muy interesantes los estudios que se están llevando a cabo para la creación de nubes artificiales. La idea parte del concepto de “isla de calor”, que consiste básicamente en crear una zona en la que la temperatura es muy superior a la de su entorno. Las islas de calor se detectaron primeramente asociadas a las grandes ciudades, sobre las cuales la temperatura puede ser de 5 a 10 grados mayor que en las zonas adyacentes. La ventaja de estas islas es que al aumentar la temperatura el aire se calienta, se dilata y arrastra al vapor de agua a mayor altura, donde se condensa y provoca la formación de nubes. Esta técnica en principio seria eficaz en zonas desérticas cercanas al mar, donde ya se están llevando a cabo varios experimentos prácticos que ofrecen buenas esperanzas al respecto.

Otra fuente de agua dulce apenas explotada se encuentra en los hielos polares. El agua del hielo polar es de una enorme pureza. El problema, lógicamente, está en que ese hielo se encuentra situado a gran distancia de las zonas de población donde resulta más necesario.

Se ha propuesto la posibilidad de transportar agua desde las regiones polares a zonas necesitadas mediante el uso de de icebergs. Técnicamente no existe ningún problema en ello: convenientemente remolcado y eligiendo el tamaño adecuadamente el iceberg puede sobrevivir perfectamente a una travesía de estas características. La única limitación seria de carácter económico, pero la siempre creciente carestía de agua en determinadas regiones hace que este factor sea cada vez menos importante y que este método de transporte empiece a resultar competitivo frente al transporte por carretera o la utilización de barcos-cuba. De hecho recientemente se ha anunciado que la ciudad de Londres va a estudiar la posibilidad de complementar su abastecimiento mediante icebergs debido a la situación de carestía que se vive y que podría desembocar a corto plazo en graves restricciones en el consumo.

Sin embargo la principal esperanza para resolver los problemas de escasez de agua se encuentra sin dudas en la desalinización del agua marina o de las aguas salobres continentales. El hombre ha obtenido agua de los océanos durante siglos, con técnicas centradas en la evaporación para deshacerse de la sal y la destilación del agua evaporada. El proceso puede acelerarse mediante el empleo de calor. Ya en el siglo IV antes de Cristo existen noticias de un primitivo evaporador construido por Aristóteles. El agua obtenida por este proceso es de buena calidad, pero precisa de enormes cantidades de energía calorífica, lo que ha hecho tradicionalmente inviable este sistema desde un punto de vista económico salvo en situaciones muy particulares.

En la actualidad se han introducido nuevas tecnologías que permiten la producción de agua apta para el consumo a partir de agua salada con un coste que si bien todavía es alto, empieza a resultar paulatinamente cada vez mas competitivo. Tres son, fundamentalmente, las técnicas utilizadas: destilación, congelación y membranas.

La destilación es el procedimiento más antiguo y el que más energía precisa. Además, la utilización de combustibles fósiles en el proceso puede tener un impacto ambiental indeseable. En ese sentido se tiende progresivamente al empleo de energías renovables en las instalaciones de destilación, bien mediante colectores solares o bien mediante el uso de energía eolica o paneles de energía solar. El problema de estas instalaciones es que son caras, suelen exhibir un rendimiento más bien bajo y tienen un mantenimiento un tanto delicado, pero por el contrario son muy buenas para el abastecimiento de pequeñas comunidades.

Los métodos de congelación se basan en un mecanismo semejante al que propicia la formación de los hielos polares. Se trata de refrigerar el agua para posteriormente someterla a un proceso de evaporación a baja presión en un cristalizador al vacío. Se obtienen de este modo cristales de hielo y salmuera que pueden ser separados mediante un procedimiento mecánico.

La técnica de desalinización por membrana es la más moderna y la más económica. Se basa en la osmosis inversa, un proceso por el cuan una fina membrana semipermeable se coloca entre un depósito de agua salada y otro de agua dulce. El agua del recipiente salado se somete a presión a fin de forzar a las moléculas de agua a atravesar la membrana, pero no a la sal o a otros contaminantes. La electro diálisis es otra técnica de desalación por membrana que se basa en separación iónica a través de una serie de membranas situadas sucesivamente y separadas entre sí milímetros. La aplicación de campos eléctricos genera la migración de iones que pasan por estas membranas que actúan como tamices.

Las técnicas de desalación ofrecen un suministro de agua prácticamente ilimitado. Sin embargo, son caras y muchos países todavía no pueden costearse la construcción de estas instalaciones. Además continúan consumiendo mucha energía. Como ya vimos este problema puede paliarse, al menos en parte, mediante la utilización de energías renovables. Pero también hay que tener en cuenta que estas instalaciones ejercen un profundo efecto ambiental sobre su entorno, pues el flujo de salmuera que producen como subproducto final puede generar graves daños a los ecosistemas marinos si no se utilizan las técnicas adecuadas de dispersión del mismo.

La ampliación y el desarrollo de estas técnicas jugará en el futuro un papel fundamental en uno de los grandes retos que tiene por delante la humanidad: la conquista del espacio. Con una población siempre creciente y en un mundo con unos recursos limitados, las únicas alternativas del género humano son o alcanzar un crecimiento estable que garantice el aprovechamiento sostenible de los recursos de nuestro mundo o abandonar la cuna de nuestro planeta natal y esparcirnos por el cosmos.

El viaje espacial plantea sus propias limitaciones en lo que al tema del agua se refiere. Fuera de la Tierra, el agua no solo es precisa para nuestras necesidades fisiológicas o para la producción de nuestros alimentos. El aire que respiramos también debe ser fabricado, y puesto que uno de los componentes fundamentales del agua es el oxigeno que necesitamos para respirar, los sistemas de soporte vital muy posiblemente utilizaran agua para mantener la atmósfera necesaria para sobrevivir a estos viajes. Hidrógeno y oxígeno por separado también forman un potente combustible que se ha utilizado desde el inicio de la exploración espacial para el lanzamiento de cohetes. Y en el transito interplanetario una gruesa capa de agua congelada puede proporcionar un buen aislante térmico a la nave y, sobre todo, puede proteger a sus ocupantes de los peligrosos rayos cósmicos y de la radiación solar.



El problema es que utilizar agua de la Tierra para estos menesteres resulta extraordinariamente caro. Llevar un litro de agua de la Tierra a la Luna cuesta literalmente su peso en oro. En estas condiciones, la tecnología de reciclado y recuperación del agua utilizada tiene unos requisitos extremos. Las futuras naves destinadas al tránsito interplanetario deberán contar con sistemas de reciclado de ciclo cerrado, en el que hasta la última gota de líquido deberá ser aprovechada y reutilizada una y otra vez. En viajes de larga duración la producción de alimentos recaerá sobre cultivos hidropónicos optimizados genéticamente tanto para generar la máxima cantidad de comida con un mínimo consumo de agua como para ayudar a la purificación de la atmósfera fijando el dióxido de carbono producido por la respiración. Incluso se especula con la utilización de técnicas de hibernación que ya son empleadas por diferentes especies en la Tierra para enfrentarse a sequías prolongadas. En efecto, las semillas de ciertas plantas pueden sobrevivir en estado latente durante siglos hasta que se producen las condiciones de humedad necesarias para su florecimiento. Y en zonas desérticas algunos peces y ranas son capaces de enterrarse en el fango formando un capullo protector a su alrededor y sobrevivir dentro del mismo en condiciones de animación suspendida hasta la llegada de las siguientes lluvias.

Afortunadamente para la exploración espacial, el agua es un compuesto relativamente fácil de encontrar en el cosmos. No tiene nada de particular: el hidrógeno es el compuesto mas abundante del universo seguido del oxigeno y el helio. Encontrar fuentes de agua fuera de nuestro planeta no debería ser una tarea imposible.

Uno de los primeros sitios en los que se ha llevado a cabo esta búsqueda es la Luna, el satélite de nuestro planeta. Desde tiempos inmemoriales se pensaba que en el mismo existían grandes cantidades de agua. De hecho, por esta razón se denominaron “mares” las grandes superficies planas que se percibían desde la Tierra. Las misiones Apolo, llevadas a cabo en los años 70, nos mostraron en cambio el panorama de un satélite seco y sin vida. Sin embargo, en 1996 se produjo la sorpresa cuando la sonda espacial Clementine detectó accidentalmente la presencia de hielo en algunos cráteres mezclado con material de la superficie. Estos resultados aparentemente fueron corroborados mas tarde por las mediciones del Lunar Prospector, que infirió la presencia de hielo a partir de los datos de absorción de los neutrones producidos por la radiación cósmica.

¿Cómo podría existir hielo en un cuerpo como la Luna, que carece de atmósfera? La explicación se encuentra en que el supuesto hielo se encuentra situado en cráteres en torno al polo norte y sur del satélite, en cuyo interior nunca llega a dar la luz del sol. Esto habría generado las condiciones adecuadas para la conservación de al menos pequeñas cantidades de este material en los mismos.

Sin embargo, cuando al final de la vida útil se decidió estrellar al Lunar Prospector en una de estas zonas, a fin de poder analizar mediante espectroscopia la presencia de grupos OH (lo que habría sido una prueba inequívoca de la presencia de hielo) los resultados fueron negativos. Mas tarde la sonda SMART-1 de la ESA también descubrió trazas de hidrógeno bajo la superficie lunar, pero de nuevo los resultados no fueron concluyentes, por lo que actualmente esta programada una misión en la que una sonda aterrizara y buscara sobre el terreno este hielo.

La presencia de agua en la Luna es muy importante porque por su posición y sus características nuestro satélite es el trampolín ideal para la exploración tripulada del Sistema Solar. El coste de una base lunar permanente se vería sensiblemente rebajado si la misma resultara ser autosuficiente en lo que a sus recursos de agua se refiere. E incluso aunque la cantidad de hielo detectado no es particularmente importante, la posibilidad de fabricar combustible en la Luna para naves con destinos a otros planetas será de una importancia capital.

En Marte sin embargo la situación es bastante diferente. Tradicionalmente siempre se  ha considerado a este planeta como uno de los primeros candidatos para contener vida extraterrestre, especialmente después de que las observaciones telescópicas de Percival Lowell lanzaran la teoría sobre la presencia de canales sobre su superficie. Conforme se fue profundizando en el estudio del planeta rojo, se vio que estos canales no existían y que el planeta era demasiado frío para mantener agua líquida. Pero sin embargo en su tenue atmósfera si existía una pequeña componente de vapor de agua y su superficie mostraba unas estructuras geológicas que parecían claramente modeladas por procesos de erosión. Y, lo que es mas importante, se confirmo que el planeta contaba con dos casquetes polares formado por grandes cantidades de hielo de anhídrido carbónico y agua.

Mas tarde, la misión de la NASA Mars Odyssey descubrió la existencia de indicios de enormes cantidades de hielo situados bajo el regolito marciano a partir de la detección del hidrogeno relacionado con las moléculas de agua. Y los robots Spirit y Opportunity confirmaron que en la superficie de Marte había existido en el pasado agua libre al encontrar minerales que solo podrían haberse formado estando sumergidos.

La presencia de estos recursos hídricos en el planeta rojo facilitaría también la exploración y colonización del mismo. Por ejemplo, uno de los planes diseñados por la NASA para enviar una misión tripulada a Marte pasaría por el envío previo de un aterrizador automático cuya misión consistiría en la fabricación del combustible necesario para el viaje de vuelta. Si el agua estuviera presente en cantidades apreciables bajo la superficie marciana, la fabricación de este combustible seria mucho mas sencilla y permitiría mejorar mucho las posibilidades de éxito de la misión tripulada.

El agua se encuentra presente en otros muchos puntos del sistema solar. Europa, luna de Júpiter, está cubierta por una capa de hielo bajo cuya superficie se especula con la existencia de un océano de agua liquida mantenido en ese estado por el calor asociado a las fuerzas de marea del cercano Júpiter. Calixto, también satélite de Júpiter, se encuentra en la misma situación. Incluso entre los planetas exteriores es posible encontrar agua: el hielo es el principal componente de los famosos anillos de Saturno y la misión de la sonda Huyghens desveló que sobre la superficie de Titán había cantos rodados de hielo de agua.

Más allá, muchos de los cuerpos presentes en el cinturón de Kuiper y la nube de Oort son cometas y asteroides formados básicamente por hielo y rocas. En un futuro lejano, estos cuerpos podrían jugar un importante papel en la terraformación de otros planetas, como Marte. En efecto, el traslado de estos cometas al sistema solar interior podría llevarse a cabo mediante velas solares u otros procedimientos que no supusieran un excesivo consumo energético y bombardeando la superficie del planeta rojo con los mismos se obtendría un doble efecto: el espesamiento de su atmósfera con el incremento de la cantidad de agua presente en la misma y el calentamiento del planeta para hacerlo mas habitable.



Incluso fuera del Sistema Solar existen indicios sobre la presencia de grandes cantidades de agua. El agua en estado gaseoso emite ondas de radio en una longitud de onda característica de 1,35 cm que puede ser detectada y estudiada por los telescopios terrestres. Además, esta emisión está asociada a un efecto máser, que determina que las señales puedan ser bastante intensas. Utilizando este procedimiento se ha detectado vapor de agua en muchos sistemas de los alrededores. El método no es tan fino como para determinar si un determinado planeta está dotado de unas condiciones similares a las terrestres, pero el agua está indudablemente presente en los mismos.

Sea como fuere, la exploración y colonización de estos planetas y sistemas se encuentra muy lejos en el futuro. La existencia de grandes recursos de agua en el universo no puede hacernos olvidar que en este momento la humanidad se enfrenta a una encrucijada trascendental en lo que a la gestión de sus recursos hídricos se refiere. A lo largo del próximo cuarto de siglo el número de personas que vivirán con un suministro insuficiente de agua saltara de 500 millones a las de 3000 millones. La tecnología ciertamente puede contribuir a disminuir el impacto de esta situación. Pero si la búsqueda de nuevas fuentes hidrológicas no viene acompañada por profundos cambios sociales todos estos desarrollos terminaran por no servir de nada. Es responsabilidad de todos nosotros la conciencia de que el agua es un recurso escaso. Y que en un mundo progresivamente más árido el despilfarro o la irresponsabilidad pueden ser una sentencia de muerte para toda nuestra especie.

© 2006 Cristóbal Pérez-Castejón Carpena

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