ARTÍCULO: Los mundos sin agua en la ciencia ficción, por Laura Ponce

El tratamiento que la literatura de Ciencia Ficción le ha dado a los mundos sin agua tiene dos paradigmas: “Dune”, de Frank Herbert, y “La Sequía”, de J. G. Ballard.



Dune, fue publicada en 1965 y ganó los premios Nebula (1966) y Hugo (1966). Tuvo un gran éxito de público, incluso fuera del ámbito de los lectores del género, y su autor la continuó con otras 5 novelas: Mesías de Dune (1969), Hijos de Dune (1976), Dios Emperador de Dune (1981), Herejes de Dune (1984) y Casa Capitular: Dune (1985).

Algunos pueden pensar que el principal personaje de Duna es Paul Atreides, el adolescente que, arrastrado por una terrible finalidad, está destinado a convertirse en líder, mesías y mártir. Otros pueden creer que los principales personajes son los Harkonnen, la decadente familia rival que con sus intrigas tiende una elaborada trampa. Quizás los fremen, los orgullosos nativos de ojos completamente azules que han hecho de ese paisaje inhóspito su hogar. O las poderosas Bene Gesserit, que con su sistema de implantación de leyendas y sus secretos manipulan la corriente de los hechos. Pero yo creo que el principal personaje de Duna es Arrakis, el planeta-desierto donde el agua es tan escasa y valiosa que existen destiltrajes, donde los gigantescos gusanos son amos y señores, y la arena es una presencia constante.

Duna es una extraordinaria novela de intrigas y aventuras, pero también un interesante estudio de la ecología, el feudalismo y las religiones mesiánicas. Está construida sobre infinidad de detalles y son esos detalles los que hacen creíble ese mundo y esa trama, son ellos los que sostienen la historia como una filigrana. Herbert armó con gran cuidado ese universo y demuestra conocer todo acerca de él. Entre los apéndices que acompañan la novela figura “La ecología de Duna” y se lo recomiendo a los que deseen leer acerca de la transformación de mundos. No tiene desperdicio.



La Sequía fue publicada en 1965 y forma parte del ciclo de novelas apocalípticas de J. G. Ballard que incluyen: “El viento de ninguna parte” (1962), “El mundo sumergido” (1962), “El mundo de cristal” (1966) y “Crash” (1973). Según figura en la contratapa: “Describe un mundo en el que la desaparición del agua trastoca el tiempo, el espacio, y el sentido propio de la identidad, despojada ahora de asociaciones y puntos de apoyo y referencia.”

La Sequía tiene un estilo completamente distinto al de Dune: es un relato vivo y despojado, concentrado en personajes y situaciones que podemos encontrar más próximos. Ya no se trata de nobles luchando contra intrigas en un mundo extraño; aunque hay un elemento religioso, no es mesiánico, y la situación con la que comienza esta novela podría plantearse en el futuro cercano. Aquí no existe un escenario tan deslumbrante ni exótico, La Sequía no es un lugar sino más bien un efecto sobre la gente, algo que Ballard sabe explorar muy bien.

Además, en Dune se habla de un mundo con determinadas características a las que la gente se ha adaptado y se encuentra, podríamos decir, resignada. En La Sequía el mundo se enfrenta a la falta de agua con desesperación, es algo que se está acabando, creando una necesidad que modifica todas las cosas.

Y La Sequía tiene otra particularidad. Durante el relato (sobre todo al principio) se presenta una serie de elementos que el lector podría interpretar como “señales”. Personajes, situaciones e imágenes muy particulares siembran la sospecha acerca de su valor como símbolos, la idea de que reaparecerán posteriormente para revelar su significado y ocupar un lugar de importancia en el gran tapiz de la novela, quizás incluso participando de un gran desenlace que ate en un nudo perfecto todas las líneas abiertas. Cuando el desenlace se presenta sin que tal importancia haya sido probada ni todas las líneas se encuentren atadas, puede surgir una especie de decepción.

A mí me da la sensación de que ese es un efecto buscado por el autor. Creo que La Sequía está enfocada, como otras obras de Ballard, en la percepción que los personajes tienen de su entorno cambiante y la forma en que responden a las catástrofes, tanto planetarias como cotidianas. El pensamiento religioso con sus elementos proféticos, la búsqueda de propósito o de explicación, son respuestas naturales ante grandes desgracias. Ballard anima al lector a participar de esa práctica sugiriendo elementos que pueden tomarse por piezas de un rompecabezas, para luego conducirlo hacia un final donde la premisa no se cumple, donde la expectativa de una gran respuesta única e iluminadora no es satisfecha. Pero no puede ser de otro modo, porque a esa misma falta de explicación, de justificación para el desastre, debe resignarse el personaje de la novela. Y quizás allí esté el mayor valor de La Sequía.

En el Cine

Este tema ha trascendido la literatura, ha aparecido en el cine y el cómic y dos buenos ejemplos de ello son Duna y Tank Girl.



Hay una versión de Dune del año 1984, producida por Rafaella de Laurentiis dirigida por David Lynch, con Kyle MacLachlan (Paul Atreides), Francesca Annis (Lady Jessica), Sean Young (Chani), Patrick Stewart (Gurney Halleck), Jose Ferrer (Padishah Emperador Shaddam IV), Richard Jordan (Duncan Idaho), Max Von Sydow (Dr Liet-Kynes), Virginia Madsen (Princesa Irulan).



Aunque los efectos especiales son los disponibles en la época, la adaptación de la novela es impecable, cuenta con buenos actores, una excelente fotografía y se nota la mano de un gran director disimulando las carencias.



Tank Girl (1995) es un producto totalmente diferente. Está basada en el comic ingles del mismo nombre que transcurre en el año 2033, después de que un meteorito golpeara la Tierra convirtiéndola en un desierto global. Kesslee (Malcolm McDowell) es un malo malísimo que dirige “Water & Power Co.” y controla las escasas reservas de agua del planeta. La película comienza cuando sus tropas atacan la comuna de ratas del desierto autosuficientes en la que vive la protagonista (Lori Petty) y ella es capturada.

Empieza allí la lucha de voluntades entre ella y Kesslee que rige toda historia. A diferencia de Duna, esta película tiene una visión cínica e irreverente y transcurre en un mundo mucho más bizarro, está hecha con mucho menos dinero y su principal virtud es lo poco que se toma en serio a sí misma (El momento en que Petty encuentra en tanque y se enamora a primera vista, o la parte en la que ella y una muy joven Naomi Watts simulan una sesión de fotos para distraer a los guardias que custodian una instalación, no tienen desperdicio). Aquí, el desierto es un catalizador para la aparición de este tipo de personalidades, que surgen de la lucha por la sobreviviencia.


A pesar de sus notables diferencias todas estas historias, al igual que las que componen nuestra antología, tiene algo en común: Usan la falta de un elemento vital para especular acerca de la forma en que la gente puede adaptarse a condiciones extremas, qué características olvidadas afloran, qué pierden y qué ganan las personas en esa lucha por la sobreviviencia. Y nos hacen preguntarnos qué haríamos nosotros si viviéramos esas circunstancias. Pero acaso esa sea siempre la finalidad de la Ciencia Ficción, ¿no les parece?

© 2006 Laura Ponce

Esta obra se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Conversación en la Forja

No hay comentarios.

Publicar un comentario