CUENTO: Esperanza, por Tony Garza

Abandonar el mundo conocido puede quitarnos toda esperanza, saber que nunca volveremos a los lugares que habitamos en nuestra infancia puede ser desalentador, aunque en algún punto del planeta algo esconda una pequeña promesa.



—Atención, pasajeros del vuelo HOPE-021, el conteo para el despegue está por comenzar.

Hope[1]. Qué absurda sonaba esa palabra, cuando eso era precisamente lo que ya no había. La esperanza se había agotado, junto con el agua del planeta. La Tierra. Ahora sí que le quedaba el nombre, puesto que donde antes habían inmensos océanos, no quedaban sino vastos desiertos cubiertos de huesos descarnados de animales conocidos y de otros que ni siquiera habían llegado a ser descubiertos.

Dentro de la nave, las pantallas mostraban el conteo: 7, 6, 5... Pero Claudia no prestaba atención a los números. Su mirada se hallaba afuera, lejos de la plataforma de lanzamiento donde la última nave, llena hasta el tope con los últimos habitantes de la Tierra, estaba por abandonar para siempre el planeta que había dado vida a la humanidad durante tantos milenios.

El conteo terminó y con un rugido, la nave levantó el vuelo. Por un momento, una nube de polvo impidió a Claudia ver más allá del perímetro de la plataforma. Luego, el horizonte se distinguió con claridad. A lo lejos, se veían las ruinas de una ciudad. Su nombre no importaba en lo absoluto, pues estaba tan muerta como cualquier otra. Y rodeando esas ruinas, nada. No había nada más que polvo caliente y tierra ennegrecida, calcinada.

A pesar del dolor que le causaba, Claudia no desvió la mirada mientras la nave se elevaba hacia el espacio. En su mente, veía a la Tierra no como era ahora, sino como la recordaba en su niñez: con los campos verdes, las ciudades llenas de vida y los mares repletos de agua. Así era como quería recordarla. Su amada Tierra.

Al fin, la nave salió de la atmósfera y lo que Claudia observó le partió el alma. ¡Qué diferente se veía el planeta de aquellas hermosas fotografías que tantas veces había reproducido en la computadora! En lugar del blanco y azul recortados nítidamente contra el negro del espacio, ahora sólo había una inmensa esfera color café, con manchas de tonalidades más claras o más oscuras del mismo color, que indicaban las furiosas tormentas de arena candente que barrían diversas zonas del planeta.

Hope. No, no había esperanza para ella, ni para los cientos de miles de personas que iban en esa nave, ni para los millones de personas que habían partido en las naves anteriores a ésa. No volverían a pisar la Tierra, no volverían a ver sus brillantes lagos, sus frágiles flores, sus suaves pastos y sus bellos animales.

Pero, pensándolo bien, era posible que el nombre fuera acertado después de todo; porque en el polo norte de la Tierra, a salvo de las tormentas de arena, un punto luminoso y azul se destacaba entre el café y el pardo. Era la Cúpula, el lugar construido por cientos de científicos que preservaría la vida del planeta en su forma más básica. Una pequeña biosfera, totalmente aislada del resto del mundo y del calor abrasador del sol, destinada a crecer y a expandirse lentamente. Y tal vez, sólo tal vez dentro de algunos miles de años, la humanidad, si es que aún existía, podría regresar y habitar de nuevo su antiguo hogar.

Al fin, con un hondo suspiro, Claudia se restregó los ojos para quitarse las lágrimas que no la dejaban ver con claridad el planeta que ya casi era imperceptible a la distancia. Luego, silenciosamente, apenas moviendo los labios, dijo por última vez:

—Adiós.

[1] Hope, en inglés, significa esperanza. (Nota del Editor)

© 2006 Tony Garza
© 2006 Marina Dal Molin (ilustración)

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Conversación en la Forja

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