CUENTO: Alternativa, por Marcelo C. Cardo

¿Cuál será la alternativa para quien vive en medio de las guerras entre La Hermandad del Brote de Soja y los Adoradores de la Vaca Profana?



Corría el año 2095 y lo que había empezado como una serie de atentados se convirtió en guerra. La lucha fue insostenible.

Al ver mermar sus huestes ante el ataque denodado de La Hermandad del Brote de Soja, los Adoradores de la Vaca Profana optaron por la única opción que consideraron viable: la bomba hidrato-orgánica.

Pero no vieron, ciegos por su fanatismo hacia las deidades cárnicas que tanto veneraban, las consecuencias que su decisión traería aparejada. Desolación total.

Hoy en día, algunos pocos humanos, la mayoría de ellos mutados, recorren las ciudades en ruinas en busca de lo que sea para sobrevivir.

En una de esas exploraciones de reconocimiento, un pequeño grupo detectó unas instalaciones que habían pasado por alto a primera vista y que estaban casi intactas. No había señales de vandalismo ni de rapiña. Se decidieron y entraron.

Lo que encontraron, para su sorpresa, fue un montón de tubos metálicos. Al aproximarse, vieron a través de una ventana que dentro de ellos había seres vivos, personas como ellos. El que parecía el jefe se acercó y tocó uno de los cilindros; estaba congelado. Tenía un cartel con un código de barras y un sobre con el título: Carta de Consentimiento. La abrió y leyó en voz alta. Esto era lo que decía:


Ya no puedo leer el holodiario y mucho menos sentarme tranquilo a ver la tv-net. Todas son malas noticias. La población crece a pasos agigantados. Ni la lotería nupcial ni el control de natalidad asistido pueden revertir los hechos. El Gobierno Único Planetario no sabe qué más hacer y, como si esto fuera poco, la temperatura sigue en aumento. ¡Treinta grados centígrados! ¡En pleno invierno! La Secretaría de Recursos Naturales Estratosféricos promete solucionar el problema de la capa de ozono en mil días, pero se me ocurre que los “mil días” constituyen una estimación técnica tan relativa como el término “solucionar”.

No quiero irme del planeta. Sí, lo sé, la situación es insostenible y sin miras de mejorar.

Los problemas en la ciudad en que vivo tampoco disminuyen. Salir a la calle es imposible. De día el tránsito se vuelve insoportable. Las cintas transportadoras están atestadas de personas, ¡y ni hablar de tomar un tricicolectivo, mucho menos un bicitaxi!

Por las noches los robos son moneda corriente. ¡No me extraña! Si es posible comprar un desmaterializador de protones o una pistola láser en el kiosco de la esquina por una suma irrisoria. Y mejor no hablo de los atentados gastronómicos, no pasa un día sin que me entere de uno. Las luchas acérrimas entre los Adoradores de la Vaca Profana y la Hermandad del Brote de Soja no tienen fin. Como si todo se redujera a: Somos lo que comemos.

Igualmente, y a pesar de todo, no quiero marcharme. Mis amigos me llaman iluso. Dicen que no puedo ser tan optimista, que esto no da para más. Y, bueno, lo soy. Tiene que haber otra opción. Quizás en un tiempo no muy lejano.

Por medio de la presente doy mi autorización para someterme al proceso de criogenización con el convencimiento de que el futuro me deparará algo mejor.

Esteban Rey


Los integrantes del grupo se miraron entre ellos y rompieron en carcajadas. No lo podían creer, por un milagro del cielo habían hallado una solución eventual al problema de la hambruna.

© 2007 Marcelo C. Cardo
© 2007 Sergio Monterrubio (ilustración)

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Conversación en la Forja

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