Hace unos años, en la ciudad de Nuuk, se desprendió un iceberg de tamaño importante. Los científicos terrestres vigilaban una larga fisura en la plataforma de hielo del glaciar. Los satélites mostraron que se había separado por completo. En ese momento se estaban produciendo tormentas solares que perjudicaron a Siberia, abriendo enormes bocas de gas.
En la sala de conferencias estaban los representantes de todos los habitantes del planeta azul. Terminado el tiempo estimado para el debate por los organizadores del Simposio de Vida Terrestre, se oyeron voces disidentes.
—Es una manifestación del cambio climático en la Tierra —dijo el científico alemán Erik “el pelirrojo”—. El calentamiento global es la causa principal y los humanos somos más irresponsables de lo que pensábamos.
—En realidad —dijo Mechow, representante del Centro Asiático—, nosotros hemos tomado conciencia y ya no emitimos gases tóxicos.
—¿Conciencia? —repìtió Erik “el pelirrojo”, exasperado y ya fuera de sí—. Cuando terminen de tomar “conciencia”, como usted dijo, nosotros los del Norte Oriental tendremos a los afectados en el Círculo Polar Ártico como refugiados, cazando conejos.
—Una migración en masa de los careciente del Centro Ecuatoriano hacia el Norte Oriental no ayudará a que entiendan que ya pasó el tiempo de tomar conciencia: deberían haber reaccionado antes y hacerse cargo de su precarización —dijo el Primer Ministro y representante del Partido Verde de los perjudicados norteños, entre la silbatina de los otros representantes.
—¡Se nos ocupó la zona norte del planeta de asilados pobres e ignorantes! —protestó el delegado de los esquimales—. Si al menos fueran asiladas apetecibles y desechables… ¡Tienen que producir sus propios alimentos y controlar la reproducción!
—¡Qué ejemplos ridículos! Eso ya no sería parte de las variaciones naturales —contestó sobrado Erignot, orador invitado—. ¿Qué sugieren los políticos presentes? ¿Y los comandantes?
—Así no se resuelven estas cuestiones, desmembrando o despojando a otros. Los citaré a través de Consejo Terrícola de Administradores Norteños del Planeta Total, una vez que este tribunal tome las decisiones que considere necesarias.
—Nada de acciones militares, eso le cuesta mucho al erario estatal —les recordó Flor Sambo, Ministra de Economía—. Mejor nos ocupamos de nuestros bonos con el FMI, que vencen este siglo.
—Esta ministra sólo piensa en el puchero de mañana —comentó algún político. A sus espaldas se había producido un desprendimiento. Con voz temblorosa agregó—: pensemos en el puchero de hoy.
—Irresponsables... —gruñó un comandante del Monte Siberiano.
—¿A quién llama así? —Sambo estaba furibunda y su erótica melena violácea se balanceaba sugestiva—. ¿Quién gasta en uniformes de colores distintos todos los años?
Y ya se iban a los puños. Afuera, un viento que todo lo consume y lo subsume. Adentro, el odio sediento y necesitado de muerte.
El presidente de la asamblea, representante de la Comisión Planetaria, vociferó:
—Mientras tanto, ya las palometas les llegarán instrucciones de cómo comportarse. ¡Habitantes indignos de esta Tierra! Comiencen a prepararse para viajar hacia donde les indicaremos, un lugar que les ofrezca lo mínimo para sobrevivir. Ustedes, los Comandantes del Planeta Azul, hagan honor a su planeta.
De inmediato les hizo entregar a los delegados un plano del tren supersónico que deberían construir para llevar a los emigrantes con burros y semillas a la tierra prometida.
¿Quién o quiénes pagarían todo esto? Los malpensados, que existen en toda sociedad, deslizaron por lo bajo que era un oportunista.
© 2017 Ada Inés Lerner
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Conversación en la Forja
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