Para Juss
“Otra Navidad más en este estercolero”, pensé, mientras intentaba apartar de mí a aquel seboso mutante. Las literas estaban tan juntas y él tan gordo, que debía pedirle permiso a sus capas de grasa para poder respirar un poco de aire.
Tres años llevaba ya encerrado con aquellos desechos. “Tres años”, me repetía mentalmente como si fuese un maldito villancico, donde estaban las zambombas para acompañar mi melancolía con su característico: zum, zum, zum… Y todo por no haber pagado un servicio de citas virtuales. Maldije al recordarlo, porque ni siquiera había llegado al clímax: justo cuando estaba consiguiéndolo, había sonado el timbre, interrumpiendo mi apasionante cita. Me levanté del sofá malhumorado y me dije: “¿Quién será el cretino que viene a molestarme a estas horas?”. Arrastré los pies hasta la puerta, y le ordené que se abriese: “Ábrete”, dije como si yo fuese Alí Babá, pero sin sus cuarenta ladrones (a éstos les había dado vacaciones por Navidad, todo el mundo se merece un descanso, incluso los ladrones).
—¡Jo, jo, jo! ¡Feliz Navidad!
Atronó una estúpida voz al otro lado de la puerta, en el descansillo.
—¿Qué? Feliz Navidad te voy a dar yo…
El gracioso que me había interrumpido la cita era un fantoche disfrazado de Papa Noel, plantado delante de mi puerta como una hortaliza de temporada. Una rabia incontrolable fue creciendo en mi interior. “¿Pero es que no se puede disfrutar de un poco de sexo virtual en paz?”, pensé mientras le disparaba el primer derechazo directo al estómago.
De lo que pasó después, sólo recuerdo el dolor en la mano y esta pestilente letrina con mi fiel compañero: un gordo de Navidad que deseo perder de vista lo antes posible.
© 2006 José Montero Muñoz
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Conversación en la Forja
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