CUENTO: La señal, por Martin Casatti


La nave descendió lenta, pesadamente. A mil quinientos metros de altura activó el escudo fotónico y se convirtió en un círculo negro, más oscuro que la propia noche.

Los amortiguadores hidráulicos emitieron un ligero silbido al tocar el suelo y luego todo quedó en silencio.

Dos figuras humanoides salieron del aparato y se adentraron en la noche, caminando en silencio en medio del campo. Momentos después volvieron cargando, sin esfuerzo aparente, a una persona cada una. La puerta deslizante se cerró tras ellos mientras colocaban su carga humana en sendas camillas.


—Sigo pensando que no es buena idea —le dijo uno de ellos a su compañero.

—¿Y qué piensas hacer? Son una raza que promete, nadie puede negarlo.

—Sí, pero... ¿intervenir directamente? Por algo está prohibido, ¿no?

—Eres médico, dime: ¿Hay alguna diferencia ética entre quitar una vida y no salvarla, teniendo los medios?

—No es éste el caso. Además, me estás tendiendo una trampa, sabes la respuesta que voy a darte.

—Te equivocas, éste es exactamente el caso. La vida de una raza no es diferente a la vida de un individuo.

—¿Y crees que un líder va a ayudarlos? ¿Uno solo? ¿Cuánta diferencia puede hacer?

—Ahí los ingenieros llevamos ventaja —le respondió el otro—. Podemos calcular el estímulo mínimo necesario para causar el efecto que buscamos. Y, créeme, ya he corrido esta simulación y los efectos son monumentales. La raza tiene fuerza, ingenio, inteligencia, sólo necesitan alinearlos tras un objetivo. Y eso es exactamente lo que este líder va a darles.

—Supongamos que tienes razón. ¿Cómo puedes estar seguro de que el portador no rechazará el embrión?

—Son una raza fuerte, ya te lo dije.

El otro lo miró, entre resignado y admirado por la inquebrantable fe de su compañero. Suspirando, preguntó:

—Bien. ¿Qué necesitas?

—Algunas habilidades, resistencia física entre ellas, telekinesis, control de materia y energía, empatía, psicoinfluencia. Nada demasiado elaborado, pero en su actual nivel de evolución hará que sobresalga incuestionablemente sobre sus semejantes.

—Está bien. Cuatro horas. Dame cuatro horas.


En la sala médica las pantallas mostraban una intrincada cadena de ADN girando lentamente. El médico de la nave seleccionaba y vaporizaba pequeños eslabones, reemplazándolos a continuación por segmentos especialmente construidos por nanomáquinas bajo sus órdenes.

Uno tras otro los componentes fueron modificados y se hicieron los controles pertinentes. El ingeniero y comandante de la misión llegó cuando el trabajo estaba casi terminado.

—¿Cómo vamos?

—Tenías razón. La hembra es fuerte. Quizá más que el macho. Respondió bien al implante y a la sugestión hipnótica.

—¿El embrión? —preguntó el otro, expectante.

—Creciendo. Es sorprendente, pero su cuerpo lo asimiló perfectamente. Externamente no se diferenciará de los nativos en lo más mínimo. Además le di una pequeña ayuda. Detención y reanudación de funciones corporales.

—¿Total?

—No, estos cuerpos no pueden almacenar la energía necesaria. Es parcial. Además, no va a ser instantánea, su cuerpo va a demorar un par de días en reconstituirse en caso de daño severo.

—¿Qué hay con el macho?

—Rechaza el implante hipnótico. No ha visto casi nada antes de sedarlo, pero es suficiente para darnos problemas. He tenido que tomar una decisión de compromiso. Implantamos nuevos recuerdos sobre los que tiene, enredamos un poco su mente por así decirlo. Un pequeño dispositivo anuló sus centros del habla. En caso de que desenmarañe sus recuerdos no podrá contárselos a nadie.

—Eso no es muy ético, doctor —le dijo irónicamente su compañero.

—Sí lo es, el dispositivo se puede desactivar a distancia, cuando sea conveniente. Llámalo “soporte terapéutico”.

—Perfecto. Vamos a dejarlos donde los encontramos —dijo, y dio las órdenes correspondientes.

* * *

Meses después la nave sobrevolaba nuevamente el planeta. Dos figuras ansiosas observaban los monitores y las ventanillas.

—¿Es hoy? —preguntó el comandante.

—Sí. El embrión nacerá hoy.

—¿Tendremos público?

—No lo sé. Hemos influido en algunos para hacer correr la noticia, como solicitaste. Pero no estaría mal acercarse a corroborarlo.

La enorme lenteja negra descendió hasta unos pocos miles de metros y sus sensores recorrieron la campiña. El ingeniero desesperaba.

—¡Nadie! ¡No hay nadie!

—Prometimos una señal. Quizá no la vieron, o no la comprendieron.

—Dejamos ver la nave diez veces, voces atronadoras bajando de los cerros, hologramas con cosas imposibles de creer, ¿qué más quieren?

—No lo sé... ¿Algo más grande?

—¿Quieren algo más grande? ¡Pues lo tendrán! ¡Mapa estelar!

Un subordinado pulsó algunas teclas. El holograma tridimensional se desplegó en la sala de comando.

—Triangulación. Quiero saber qué astro se encuentra sobre la vertical de este lugar.

Las cifras tardaron segundos en llegar.

—El quinto planeta, señor. No hay otro en este sistema que se pueda ver en la vertical.

—¿Potencia para un disparo directo?

—No, pero la estación de observación limítrofe del sistema tiene un cañón de iones para desviar asteroides. Y la planta de energía del primer planeta puede liberar hasta el noventa por ciento de su poder en un pulso de plasma para evitar sobrecargas. Si se lo dirige bien...

—Bien, sincronicen los disparos, quiero destruir esa pequeña roca a mi señal.


Los pastores descansaban con sus rebaños. Tres pintorescos personajes viajaban por el desierto, mirando cuidadosamente un punto en el horizonte.

—¡Ha nacido! —anunció el oficial médico. Una luz verde parpadeaba en sus sensores.

—¡Fuego!

Dos fabulosos destellos de energía partieron de distintos puntos del sistema solar cuando se escuchó el primer llanto del niño.

El quinto planeta, brutalmente golpeado por los rayos de fuego, se desmenuzó, se deshizo en miles, millones de pedazos y cada uno de ellos de evaporó en medio de una nube incandescente, de una luminosidad tal que eclipsó a los demás astros del cielo. Los fragmentos restantes colisionaron entre sí y estallaron a su vez, prolongando el efecto de la explosión.

—¿Querían una señal? —dijo el comandante—. ¡Ahí la tienen! —Señaló el espectacular fenómeno mientras la nave se zambullía nuevamente en el oscuro firmamento.


... Y esa noche, la estrella del Señor brilló sobre Belén.

© 2006 Martin Casatti

Esta obra se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional. La imagen que acompaña esta publicación fue descargada de PIXABAY y es de dominio público.

Conversación en la Forja

No hay comentarios.

Publicar un comentario