Patrick, Adriana y su hijo de cuatro años, Emmanuel, cruzaban el hall del cronopuerto, abriéndose paso a través de la muchedumbre. Una sonrisa nerviosa torcía los labios de ella, y él lanzaba miradas furtivas sobre sus hombros, temiendo descubrir a los esbirros de Ethan Rhodes. Pero la ansiedad de ambos pasaba inadvertida en medio del trajín que inflamaba a la multitud.
En el mostrador, Patrick retiró tres boletos que habían sido costeados por el Departamento de Policía. Leyó rápidamente: VUELO CRONORÁMICO NÚMERO 011200. Era correcto. Las imágenes periféricas de la secuencia REM que le habían empotrado los agentes del Programa de Protección de Testigos eran difusas, pero los detalles importantes —como el número de vuelo— se veían claramente. Durante la última noche, Ángel —el avatar onírico que lo había guiado por medio de premonitorios sueños inoculados— le había mostrado claramente el boleto de Cronolíneas TimeArrow. Nunca había visto el rostro de Ángel, pero su voz paternal le transmitía una poderosa sensación de confianza, que perduraba en él muchas horas después de haber despertado. Los agentes le habían dicho que el uso de la secuencia REM reduciría al mínimo la posibilidad de que un policía corrupto obtuviera y vendiera información a los soplones de Rhodes.
Patrick se preguntó por qué debían abordar un vuelo cronorámico. Las punciones en la Malla Crono-Probabilística (o MCP, como constaba en los banners flotantes del cronopuerto) eran estadísticamente seguras, pero no veía cómo una aguja cronorámica iba a salvaguardarlos. ¿Acaso la Policía protegería a Emmanuel llevándolos de paseo en un cronotour?
Él acarició la cabeza de su hijo. En esa mente infantil rebullían incesantemente las terribles imágenes de un asesinato. ¡Su hijo había sido testigo de un horrible crimen! Se le encogió el corazón al pensar que esas imágenes imborrables seguirían socavando el alma de Emmanuel. Sabía que no podrían iniciar el tratamiento psicológico hasta que los agentes los pusieran fuera de peligro. Y luego vendría el juicio… La Policía quería la cabeza de Rhodes. El testimonio de Emmanuel sería crucial.
¡Por Dios, sólo es un chico!
Al notar su angustia, Adriana lo besó tiernamente. Estaremos bien, mi amor.
Los altavoces resonaron dentro del hall:
—Pasajeros del vuelo 011200, prepárense para abordar por esclusa veinticuatro. La aguja será lanzada a las once cuarenta y cinco…
Luego de atravesar la esclusa, vieron la enorme aguja erguida sobre su plataforma. La imagen coincidía absolutamente con los recuerdos de la secuencia REM, que volvían una y otra vez a la memoria de Patrick. Era un enorme tubo ahusado, que se iba aguzando hacia ambos extremos. En torno de éstos, numerosos anillos ingrávidos giraban constantemente. Una escotilla se abría en uno de los flancos de la parte más gruesa, y de ella emergía una manga flexible que iba tragando la bulliciosa fila de pasajeros. Al escuchar sus exclamaciones, Patrick se preguntó por qué estaban tan excitados. Sacó nuevamente los boletos y leyó detenidamente:
VUELO CRONORÁMICO NÚMERO 011200. CRONOLÍNEAS TIMEARROW.
Y más abajo:
LANZAMIENTO: 11:45 PM. DESTINO: GALILEA, AÑO 2 A.C.
¡Galilea, año 2 A.C.! No había visto eso en el sueño… ¡Se trataba de uno de los cronotours más populares!
Cuando los tres se sentaron y se ciñeron los cinturones de seguridad, los cronoturistas se silenciaron repentinamente. Patrick vio con muda incredulidad cómo descendieron uno a uno, ya sin entusiasmo, y regresaron al hall del cronopuerto. Un hombretón de mirada cansada se había situado al lado de la escotilla abierta, y los iba despidiendo con palabras de agradecimiento. Agentes, pensó aliviado. Entonces el de la mirada cansada detuvo al último pasajero de la fila. Éste se atajó, e intentó extraer un arma. El hombretón se abalanzó sobre él, y forcejearon hasta que se escuchó un estampido. El cronoturista se desplomó. Adriana y Emmanuel aún sollozaban mientras el agente robusto guardaba el arma y revisaba los bolsillos del cadáver. Extrajo un bolígrafo y lo observó. Se lo dio a Patrick y habló con esa voz serena:
—Camino despejado. En su butaca encontrará nuevas instrucciones. Aquí los dejo.
—¡Ángel! —exclamó Patrick. Pero el agente ya descendía con el cuerpo a cuestas.
Miró el bolígrafo. En letras doradas, rezaba: E. Rhodes & Co.
Minutos después, la aguja punzó la MCP como una brillante estela cometaria, rasgando los peplos sedosos del pasado.
La caravana de sabios zoroástricos sigue el derrotero de una fulgurante estrella que cruza la noche del desierto. Cuando el astro se detiene en vuelo estacionario, uno de ellos piensa: Ángel ha tenido éxito. Ahora es mi turno.
© 2006 Néstor Darío Figueiras
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Conversación en la Forja
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