Un día nos escapamos de clases y fuimos al Parque de Ferias. Era fuera de temporada, así que estaba desierto. Yo no quería ir para allá pero Raúl me hizo presión y fui de mala gana. Era mucho más aburrido de lo que imaginábamos porque teníamos que buscar a un encargado para activar cualquier atracción. Allí fue cuando vimos El Juez.
Desde tiempos inmemoriales, en el fondo del parque, entre El Gusanito y La Casa de Espejos, estaba El Juez. Un monigote en una cabina de metal con cara puntiaguda, peluca blanca y vestido todo de negro. Metes la mano en una ranura luego de introducir una ficha, El Juez ve si eres culpable o inocente y te da tu suerte en una tarjetica.
Raúl insistió que no hacían falta fichas, sólo conectar unos cables cerca de la ranura y ya. La tapa estaba floja, así que no fue difícil hacerlo. El monigote se iluminó y Raúl metió la mano, pero se apagó inmediatamente y Raúl quedó atrapado. Él comenzó a llorar y a lo lejos vi al encargado y salí corriendo. Nunca volví a ver a Raúl, pero ahora tienen una figura de un payasito en la entrada idéntica a él…
© 2018 José Eduardo González Vargas
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Conversación en la Forja
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