Su dislexia había sido fuente inagotable de anécdotas, algunas bastante graciosas, aunque cuando abrió la puerta de su teletransportador unipersonal entendió que también podía ser peligrosa.
Los mecanismos de seguridad se dispararon enseguida, y sin embargo no fueron suficientes para darle los veinte segundos que necesitaba. Trató de llegar a los controles que le permitirían volver a casa, pero el vapor le escaldó la piel, y lo último que vieron sus ojos fue como su regla y compás, su block de dibujo y su libro de geometría se fundían en un amasijo informe, en las profundidades de la cueva geotérmica que se convertiría en su tumba.
© 2018 Marco Bastardo
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Conversación en la Forja
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