Alicia estaba harta, todo estaba mal y la Reina Roja no dejaba de molestarla. Optó en su desesperación por agarrarla con ambas manos y agitarla hasta convertirla en un simple y dócil gatito. La Reina le advertía que podría despertar al Rey, pero Alicia siguió estrujando y zarandeando hasta que sintió un golpe en medio de la cara.
Entre sangre y dolor, lentamente abrió los ojos hinchados, reconoció la silla fría, poco a poco su memoria se llenó con los incontables días de encierro y violencia. Mangueras con líquidos que entraban y salían de su cuerpo lo mantenían con vida. Semisentado, notó con horror la ausencia de sus piernas y al levantar la mirada reconoció a su carcelero. Éste sonrió mientras decía en su dialecto inteligible:
—El rey por fin ha despertado.
© 2018 Alejandro Sosa Briceño
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Conversación en la Forja
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