CUENTO: Noche de fe, por Víctor Alós

¿Qué nos tendrá reservado la noche como sorpresa cuando nos promete eso que ansiamos hace tanto tiempo? ¿Será mejor ir a su encuentro o quedarse bajo techo?



El ruido del riachuelo le despertó de repente.

Se sentó en la cama, perpleja. No escuchaba ese sonido desde hacía... Agitó la cabeza. No importaba cuánto tiempo hacía. Lo importante era que el sonido provenía de fuera.

Y fuera estaba el lecho del riachuelo.

Se calzó y se puso una camiseta y un grueso pantalón. No olvidó coger la chaqueta.

“Si enfermo, no va a importar si el río lleva agua o no”, se dijo.

De todas maneras, estaba nerviosa.

Si realmente eso que sonaba era agua...

Desestimó la idea de despertar a Toni, que estaba durmiendo plácidamente en la cama que compartían desde hacía tres semanas. Probablemente se trataba de una pequeña fuga en los depósitos de la cabaña. Si notaba que ésta era preocupante, lo despertaría. Si no era muy grande, ella misma podría taponarlo sin su ayuda.

Pero el sonido persistía...

La boca se le resecó de repente, recordando el frío gusto del agua de manantial recorriendo su garganta e hidratando sus mucosas.

Se obligó a rechazar la sensación y se apresuró a coger el rifle.

Ella misma se sorprendió por tener siquiera la intención de armarse, pero la escasez de líquido atraía a muchos desesperados a las zonas montañosas, con la vana esperanza de encontrar algún manantial del que fluyera agua sin contaminar.

No estaba de más tomar alguna precaución. Su reserva se basaba en un proceso de condensación del agua en suspensión en la atmósfera, muy rudimentario. Cualquiera podría pensar que tenían reservas de sobra, y la sed tornaba a las personas violentas e irracionales.

Comprobó el arma. Estaba cargada con tres cartuchos, pero cogió dos más. “Por precaución”, se dijo.

Se acercó a la puerta de la cabaña, temblando.

No estaba segura si era por el frío o por la emoción. “Quizás sea el miedo”, pensó.

Estaba segura de que escuchaba el sonido de agua manando por el breve cauce, y eso la asustaba mucho más que la posibilidad de encontrarse con algún desesperado en mitad de la noche. Su entrenamiento como marine le bastaba para controlar eso, pero no para enfrentarse a la otra cuestión.

Si había agua en el riachuelo, debía despertar inmediatamente a Toni. Tenían que construir una pequeña presa para mantenerla controlada y someterla a análisis. Con sólo un cinco por ciento del agua dulce de la que antiguamente se consideraba potable en condiciones de ser utilizada sin riesgo, no era cuestión de mantenerla a la intemperie y sin protección.

Deberían canalizarla y almacenarla, llamar a Charles y organizar una manera de transportarla hasta el valle, donde ya estaban sufriendo los rigores de la escasez.

Mucho trabajo para tan poco tiempo. Si los buscadores de agua descubrían el lugar antes de que pudieran establecer un sistema efectivo de vigilancia, podrían perder todo el trabajo realizado, y lo que era peor, el agua acumulada.

“Agua limpia, del interior de la montaña...” Su mente volvía a recrear el frío sabor del insípido elemento bajando hasta su estómago.

Volvió a obligarse a regresar al ahora, y tecleó el código de apertura.

El clack de la cerradura acompañó al escalofrío que recorrió su columna, y asió el pomo de la puerta.

Inspiró con decisión y salió al bosque.

A su derecha, tras tres círculos de vallas electrificadas, se alzaban los dos depósitos, conectados al aparato que condensaba la humedad del aire. Lento, pero que proveía de agua limpia a la pareja.

Más allá de las redes de camuflaje, se tendía, en teoría seco, el lecho de un pequeño río. En realidad, un simple desagüe para las épocas en que la nieve se derretía. Cuando todavía había nieve, claro... Ahora, rara era la lluvia, y la nieve se encontraba en los picos más altos y fríos del planeta, en poder de cualquiera de las tres grandes corporaciones.

Ahora tenía que estar completamente seco, con la tierra quebradiza y las piedras resecas.

Pero sonaba el agua.

En algún lugar corría agua en libertad.

Se acercó sin prisa, sintiendo que el corazón pugnaba por salirle del pecho, mientras el sonido continuaba creciendo en sus oídos.

No era el sonido de una gran cantidad de agua, sino el continuo discurrir de un fino hilo de oro transparente sobre los cantos rodados. Agua en libertad. Pura y cristalina.

Sólo le separaban veinte escasos metros del origen del sonido, y agudizó el oído. Encendió la linterna, ya que los focos destinados a controlar el perímetro no llegaban hasta el río.

Dirigió la mirada hacia él y, sollozando, cayó de rodillas, sin creer lo que veía.

© 2006 Víctor Alós
© 2006 Sue Giacoman vargas (ilustración)

Esta obra se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Conversación en la Forja

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