CUENTO: Sangre de rémora, por Víctor Pintado

El amor de su vida es una pestaña que conoció mientras miraba la serie del Meduso de la Luna Negra y Confundida. Por eso de arrepentirá de haberla dejado abandonada en el bosque y tratará de recuperarla aún a pesar de la sangre de rémora que detiene su avance.

PRIMERA PARTE

La bondad de mi corazón no tenía límites junto a ti. Sí, yo me he llegado a sentir como no pensé que podría medir. Medir. Medir con mi vara de cortar cabezas. Mi amor no ha tenido límites desde que una de tus pestañas cayó junto a mi televisor: volando llegó hasta la pantalla, y gracias a nosequé zarandajas de principio magnético, se quedó pegada. Una tarde de sábado me puse a ver una serie de animación de colores tan chillones como la banshee; pero no me concentraba en el programa. Algo se estaba interponiendo entre mi vacío y tu realidad. Probé a cambiar el contraste, pero la pestaña seguía estando ahí. Podría haberla quitado en un descuido del gigante malo, pero tenía miedo de que si acercaba demasiado alguna de mis extremidades, el malvado Meduso de la Luna Negra y Confundida agarraría y me arrastraría a sus dominios al otro lado de la pantalla. No, si quería estar a salvo, tenía que permanecer en el sillón.

Tres episodios más tarde, la pestaña no sólo seguía ahí, sino que se había vuelto más grande. Ya casi no podía ver los dibujos. Pero, en cambio, estaba disfrutando más. Realmente, nunca pensé que ver la pestaña de una chica podría hacerme sentir así. ¡Si sólo es un pelo! Tan entretenido estuve, que sin darme cuenta estaba apoyando mi brazo en la raíz de la pestaña, que ya era tan grande como el mismo salón. El aire se estaba viciando, así que abrí la puerta a la calle... Y aproveché que hacía buen tiempo y me fui con el pelo a pasear. Me crucé con unos jinetes que montaban sus caballos a pelo. Yo montaba el pelo a pelo.

Cuando ya anochecía, pensé en una pregunta: si no hubiera vida, ¿qué habría? Podemos ser conscientes de nosotros mismos, y por esa premisa sabemos que existimos, que somos. Y si alguien muere, deja de tener esas preguntas, pero, ¿hay algún estado contrario a la vida? Y no vale responder la muerte, porque eso no es lo contrario de la vida, sino su interrupción. Todo esto se lo comentaba a mi querido pelo de pestaña, que poco a poco me había dejado de embelesar. Al principio era muy bonito. Sí, antes, nada más mirar la pestaña, se me salía el corazón. Pero ahora que había crecido, me parecía cada vez más una gigantesca serpiente negra, que no me podría traer sino un disgusto. ¿Y si realmente era una serpiente y me había estado engañando?

Nos habíamos quedado a vivir en el bosque, porque la televisión ya no me interesaba lo más mínimo. Además, gracias a la flexibilidad de Pestaña, podíamos cazar infinitud de piezas del campo: conejos, ciervos, osos, chupacabras, y todo tipo de bichos de los que alimentarnos. Éramos felices. Pero la sombra de la similitud me estaba agrietando los ojos: mi amado pelo de pestaña... parecía una serpiente. Estoy seguro de que si tuviéramos un hijo, ella lo devoraría. Tenía que huir.

SEGUNDA PARTE

Síííííííííííííí. Cuando llegó la mañana, tomé el machete y me dirigí silenciosamente al borde del bosque. Cuidado, no se despierte la negra. Anduve, caminé, y llegué hasta el último árbol del bosque: un paso más y estaría en el pueblo.

La pestaña se despertó y no me vio junto a ella.

Vi en la tele el mundial de fútbol: menos mal que volví a la civilización ¡Qué tonto! ¡Casi me olvido de que era este año!

Dejé pasar un mes. La pestaña era ya algo de mi pasado.

Dios mío, la amo.

Pestaña, te quiero. ¿Dónde estarás?

Me preparé para ir en su busca. Tardaría mucho tiempo en volver en encontrarla, eso si se había quedado en el mismo sitio donde la dejé. Agarré mi mochila y me dispuse a entrar en el bosque. En la entrada había unas obras con unas grúas y excavadoras con las que obreros destrozaban los árboles:

—Por favor, ¿puedo pasar? —les pregunté a los obreros y al capataz constructor. Ellos me respondieron que sí, pero que no podía hablar hasta seis meses después de que cruzara la primera zanja. De acuerdo. Pasé una zanja: era muy difícil cruzarlas. No por profundas, sino porque se tardaba mucho: para pasar por encima sólo había un tablón, pero si levantabas el pie el lunes por la tarde, lo posabas en el suelo el miércoles al amanecer. Cada tablón estaba pintado con sangre de rémora, el animal que hace que te demores. Pensé en quejarme al patrón, pero si hablaba ahora que había cruzado seis zanjas, a lo mejor me llevaban de vuelta al principio, y ahora lo más importante era Pestaña.

Un par de veces estuve a punto de alcanzar el bosque, pero cada vez que iba a llegar, los obreros ya habían arrasado la siguiente línea de árboles, y más de una vez me desesperé y me quedé llorando entre zanja y zanja. Harto y loco de ira, agarré uno de los tablones y con fuerza lo arrojé a la cabeza del capataz. Pero pintado con sangre de rémora como estaba el tablón, tardó tanto en alcanzar su cabeza que mientras volaba en el aire el tipo se tomó una horchata de chufa, se leyó su periódico deportivo y estuvo unas cuantas rondas en el bar jugando al futbolín. Por supuesto, pudo haber esquivado la tabla, pero tenía el casco sucio y pensó que si se lo estropeaban un poco, a lo mejor le proporcionaban uno nuevo y flamante con el que poder presumir al llegar a su vecindario, como Emil Jannings en aquella película tan buena en la que era portero de un hotel.

Mala suerte: aunque la tabla había tardado horas en llegar hasta la cabeza del capataz, no había en ningún momento perdido ni su fuerza ni su inercia. Y le mató.

Buena suerte: llegó la policía, pero no quisieron perseguirme porque tardarían demasiado en cruzar ocho zanjas... y porque hasta dentro de seis meses, tenía prohibido hablar, según los propios obreros les confirmaron. De ese modo pude alcanzar finalmente el bosque.

TERCERA PARTE

¿Dónde estáaaas, Pestaaaña? Mi amoooor, mi corazón.... Me puse a cantar: “que tengo el cooorazóooon en caarrne viiiivaaaa”.

Pero el silencio fue la respuesta a mis lloros.

Hasta me salió un rap:

“Me cago en el sistema
estoy descorazonao.
No soy un fracasao,
Pero por qué,
me preguntó por qué,
hay tanta gente que me toca
las bolingas a la hora del desayuno.
Me encuentro entre árboles de tristeza,
lo veo todo negro, no de fresa;
la numismática presente en la palabra
kagayaku, es fuerte,
(es muy fuerrteee)
y me derrota...”

Detrás de mí salieron dos chicas de nariz ganchuda y pantalones hiperholgados, pero que aún así se veían sexys:

—No te preocupes hermano, te ayudaremos, somos las hermanas raperas de Somerset: yo me llamo Mulholland Drive y mi hermana Diane Selwin.

—... Vale —respondí yo, que después de haber estado arrejuntado con una pestaña, ya estaba curado de sustos.

Las hermanas raperas de Somerset me acompañaron en mi camino durante cuatro horas, que fue cuando decidí hacer una pausa en el camino y dormir un poco.

En mi sueño me había arrancado la mano izquierda y me la había metido en la boca. Aparecían unos helados de delicioso y fresquito chocolate y yo me los quería comer, pero con las ansias de llevarme los helados a la boca, me tragaba mi mano arrancada. Al principio ello me preocupaba, pero cuando vi que tras habérmela comido, me había vuelto a crecer en su sitio, me tranquilicé, y con toda mi buena conciencia me puse a engullir los apetitosos helados. Lo malo es que después me chupaba los dedos para quitarme el chocolate restante, y mi piel se corría, dejando al descubierto unas manos de chocolate, que también me comía sin miedo. Estaba tan sabroso que seguí comiéndome por el antebrazo, pero como no alcanzaba al codo, continué por los pies. Ya me crecerían. Pero no. Lo que pasó a continuación en mi sueño fue que empecé a vomitar todo el chocolate... Y fue cuando me di cuenta de que había vomitado un doble de mí mismo, que me miraba desnudo y derramaba lágrimas que caían hacia el cielo. Se apiadó de mí, tan desmembrado como yo estaba, y se arrancó el maxilar inferior y la lengua para regalármelos. Después no me acuerdo de nada más.

Cuando me desperté, las hermanas se habían ido. Creo recordar la razón, pero, al igual que otros detalles, todo eso lo olvidé.

¿Cuánto tiempo he pasado buscándola a ella? Supongo que ya demasiado, porque ya ni siquiera recuerdo su cara. Tal vez debería interrumpir un momento la búsqueda, porque me siento tan estancado que no podría encontrarla aunque estuviera en este mismo momento delante de mí, tan cerca de mis ojos que paradójicamente no pudiera verla.

[…]

He vuelto a despertar de una siesta y ya no hay bosque. Un policía me ha tocado con su porra para que reaccionase. Luego ha mirado mi cara y se me ha llevado. Que esperen un poco, caray: todavía no me he despertado.

CUARTA PARTE

No me han querido meter en las jaulas de asesinos, sino que me han puesto con los locos.

En la tele están emitiendo una reposición de la serie de dibujos que estaba viendo cuando conocí a mi amada. Como no quiero seguir encerrado, escaparé sumergiéndome en el mundo del malvado Meduso... Aún a riesgo de morir bajo sus tentáculos.

- - - - - CLASH - - - - - -



—¡POR FIN UN ADVERSARIO CON EL QUE MEDIR MIS FUERZAS!

—No, Meduso, yo no he venido aquí para luchar. Sólo estoy de paso. Pensaba salir de tu mundo por otro televisor.

—JO, JO, JO, JO, JOOO, PERO NO SALDRÁS VIVO, PUES MI PODER NO CONOCE LÍMITES: JOO, JO, JO, JO, JOOOO.

—Bueno, tú ríete, que yo me voy ya. No tengo tiempo que perder. No recuerdo por qué, pero no tengo tiempo que perder.

—ALTO: NI SE TE OCURRA IGNORARME.

—...

—HE DICHO QUE ALTO.

—...

—ALTO.

—...

—Alto.

—...

—Alto.

—...

—Alto.

—...

—..................

© 2007 Víctor Pintado (texto e ilustración)

Esta obra se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Conversación en la Forja

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